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14 de noviembre de 2010

LA PEÑA FLAMENCA LINENSE

En La Reja, un bar frente a la Plaza de Toros, en tertulia de aficionados al Cante, se funda La Peña Flamenca Cultural Linense. El grupo de amigos que la fundara se ubica en un local del Paseo de Andrés Viñas, en una nave cedida por el Ayuntamiento, era el año mil novecientos ochenta y uno. Sin precisar motivos, se efectúa una mudanza: se trasladan, con los discos y las fotografías, a la calle de San Pablo, en los altos de la Jerezana. Luego se instalaron en los locales de “El Halcón”, sociedad de cazadores de rancio establecimiento en la ciudad. El peregrinar, que parece ser connatural con este tipo de entidades, se ha detenido en la calle del Rocío. Allí está su sede canónica (por lo de los cánones, ya saben) desde mil novecientos ochenta y uno. Diez años de recorrido por la ciudad hasta asentarse, es un ámbito familiar. Recinto intimo, pero de grandes dimensiones en lo artístico y gran proyección del sentir flamenco linense. Sus figuras emblemáticas: Chato Méndez, cuyo estilo ha impregnado a las grandes figuras del cante flamenco; El Chaqueta, de gran resonancia en un arte flamenco que no tiene fronteras; y algún que otro que, sin haber podido desarrollarse por una u otra causa, han dejado entrever un potencial artístico y facultades precisas. Sea este indefinido símbolo, este monumento al artista anónimo, el que agrupe a toda la afición de La Línea, al menos así debe ser. Esta agrupación cultural se une bajo un lema, “Defender, Mantener y Divulgar el Arte Flamenco en sus expresiones de Cante, Toque y Baile”, que es bandera y consigna de una lucha por un arte que no puede vivir sin mantener sus raíces frescas y libres de contaminaciones. Difícil y hermosa tarea.

DEFENDER

En algún caso, se lamentan, no ha faltado quien les haya reprochado un exceso de exigencia y de un exclusivismo en cuanto a sus preferencias. Se defienden, aduciendo que el rigor está fundamentado en la defensa de una calidad imprescindible para la correcta vida de una Peña Flamenca. Entienden, y no creo que se les pueda reprochar nada, que la mejor defensa de nuestro arte es defenderlo de los despropósitos, de erróneas conductas, de ligereza en las ejecuciones. Están, me insisten, intelectualmente opuestos a la desproporción entre la calidad y la difusión de la que adolece una mala comercialización del arte. Un arte que, como en su desarrollo se hizo tabernario, sabe donde están los obstáculos, el tratamiento menos conveniente. Además, porque ya ni las tascas son lo que eran y, sobre todo, porque “el que no huele a canela y a clavo no sabe distinguir”, que decía Pastora Pavón, con su talento de estirpe. No es mala idea recordar la taberna como escuela de vida y maneras, algún provecho habría que sacarse; pero son otros los cauces de su desarrollo en la actualidad. Y se pretende distinguir, hacer escuela, hacer cultura, y cultura andaluza. Insisten en que sus objetivos están relacionados con su formula de tres puntos. Saben que la mejor defensa es insistir en una calidad tan elemental como imprescindible. Esa actitud les ha conferido el reconocimiento de otras peñas y de los buenos aficionados de toda Andalucía. Gozan del respeto de quienes celebran su actitud como benefactora de un arte entrañable. Así pretenden continuar una función de defensa de lo nuestro, en este caso nuestro arte musical. Elemento cultural de primera línea que nosotros mismos, con nuestros hábitos contaminados, no potenciamos precisamente. Arte sagrado para quienes quieren ver en él valores atávicos con vocación de futuro. Su defensa, mantienen, es el eje de la tarea para mantenerlo y difundirlo.

MANTENER

Esa manifiesta defensa implica un especial cuidado, no sólo con las formas musicales, sino con las más elementales actitudes. Se diría que es una delicada labor que requiere unos planteamientos de entrega por parte los artistas que acuden a su cátedra. En ello están implicados y empeñados. Alguien dijo que para amar un arte hay que amar a sus artistas. Francisco Pérez, su actual presidente, me habla, entusiasmado y respetuoso, del gran tesoro que en la ciudad se esconde; el mejor arte, dice, entre los aficionados cabales que huyen de la exhibición. Grupos, familias, que mantienen en sus recintos íntimos la llama de los mejores estilos y de la seriedad creativa. Cuenta, y no acaba, de cómo ven fluir valores esenciales en la conservación de nuestro arte milenario. Desde la Peña se esfuerzan en animar y lanzar a artistas que cuenten con las dotes esenciales para el ejercicio de un arte que se hereda, y que también se enseña. Debemos añadir que, en La Línea, son varias peñas flamencas más las que se esfuerzan por mantener vivas las inquietudes y aficiones del flamenco, y, al parecer, todas parten del mismo eje e iniciativas.

En un ejercicio de mantener vigoroso el arte, se han esforzado en lanzar a artistas que han obtenido considerados premios en sus actuaciones fuera de la ciudad. Triunfos que no sólo han reportado beneficios artísticos a ellos, sino que ha sumado prestigio a la Peña y nombradía a La Línea. Ellos, en la Peña, entienden por mantener, cómo cuestionarlo, que la enseñanza es fundamental para conservar vivo un semillero que, con esmero y autentico amor, promete frutos a su debido tiempo. En la Peña cuentan con buenos componentes para cumplir con este sagrado deber, su presidente así lo asegura sin ocultar su admirado reconocimiento a todos ellos. Es de suma importancia, dicen, ajustarse musicalmente a cada uno de los estilos de la variada gama de los cantes, los toques y los bailes. Puede que la grandeza de este arte radique en conducirnos desde la honda sensibilidad, que no conoce medida, hasta la emoción más inteligente, que lo tiene medido todo. Desde luego nadie podrá negar al Arte Flamenco el genuino sentido de la gracia, o si lo prefieren del equilibrio armónico.

DIVULGAR

Para cumplir con el mandato de difundir el arte musical andaluz, estos amigos, de antiguo amigos, se basan en actuaciones, en la convocatoria del Concurso y en la Escuela. En su día fue oferta educativa. Tienen muy claros los objetivos y las materias, los programas y los contenidos. Las alusiones que me afinan hacia el mundo de la oficialidad administrativa, a los despachos de las subvenciones y las programaciones, no es baldía. Reclaman más atención, dicen que en algunos casos ni existe; lo requiere una labor como es la de las peñas flamencas. La formula es tan sencilla como eficaz: un cantaor, un guitarrista, o unas grabaciones, y un comentador que inicia sobre el sentido de los tonos y los ritmos. La atención y la asistencia voluntaria son claves para afirmar la aceptación. Los más jóvenes, los estudiantes, asumen la riqueza de nuestro acervo cultural de manera práctica. Vienen a descubrir el arte del flamenco en su vertiente más limpia y creativa. Se enseña a escuchar, que en el mundo flamenco es fundamental, y descubren algo con lo que se convive en muchos casos. No deja de ser chocante, muy chocante, que tengamos que hacer misiones culturales en nuestra propia tierra andaluza e instruir sobre nuestra manera de expresar las verdades vitales. El que quiera entender que entienda; pero siempre hubo contaminación cultural.

La experiencia en el Centro Social del Junquillo fue alentadora mientras se mantuvo. Lástima que no continuara su ejercicio didáctico. Se empezó con una asistencia, voluntaria, de veinte alumnos y por un periodo de tres meses. El trimestre se convirtió en dos años y la concurrencia alcanzó el número de setenta. De entre ellos han salido profesionales del flamenco, no está mal como experiencia educativa. Y se ha logrado un considerable aporte humano, en cantidad y calidad; aficionados que saben estar, escuchar y asistir al desarrollo creativo de unas formas que parten de las músicas populares.

La pregunta es de un elemental que roza lo ingenuo: cómo, a partir de tan ricas experiencias, no se ha constituido ya en nuestra ciudad un Aula de Arte Flamenco. Es una invitación formal a la reflexión: deberían plantearse la vuelta a las aulas.

En cuanto al Concurso se sigue manteniendo porque entienden que es una de sus mejores muestras para conseguir los objetivos que se fijaron desde su fundación. Se ha cumplido la decimonovena edición desde que lo abanderasen, allá por el año setenta y nueve en que se inició. Esperemos que se cumplan los cien años de éxito en todos su propósitos.

La Línea Cultural,

10 de octubre de 2010

Las madres de Hispa

Mucho antes que las torres
hablaran a los cielos, las viejas madres de Hispa
crearon ante el templo del dios de los arados
palabras como besos en himnos de olivares
y lenguas del estero.
Brotaron sus cantares,
de aire, no de viento; de sangre, no de herida;
de llamas, no de incendio; en parto, entre madroños,
de voces y silencios, con lluvias sin tormenta
y rayos sin un trueno.
Jamás la mar cruzaron,
su gloria es la del verbo con aires litorales
de más antiguos pechos: herencia de los mimbres
trenzados en viñedos.
Las voces navegantes
surcaron los océanos; con yescas y campanas
crujió el junco del hierro, juntaron hierbabuena
por tórridos desiertos.
Las voces de las madres
mantienen sus acentos por nieves y manglares,
desde Hispa al universo.

Tras orillas, núm 15-16, septiembre 2010

3 de septiembre de 2010

José Riquelme Sánchez


José Riquelme Sánchez nació en Jimena de la Frontera (Cádiz) en Junio de 1931. Estudió Humanidades en el Seminario de Cádiz, y posteriormente Magisterio en Madrid. Casado, con dos hijos. En la actualidad es profesor de Lengua española en el Instituto de F.P. «Virgen de la Esperanza» de La Línea de la Concepción.

Desde muy joven cultiva el periodismo, con especial dedicación a los hombres y las tierras del Campo de Gibraltar, colaborando en numerosas publicaciones, singularmente en la «Gran Enciclopedia de Andalucía» y en el «Diccionario Enciclopédico Ilustrado de la provincia de Cádiz». En 1981 edita su obra «El Campo de Gibraltar: Historia y Turismo», recorrido literario y sentimental por esta hermosa comarca gaditana.

Ahora, tras varios años de ardua tarea investigadora, nos ofrece esta amplia y diversa antología, donde se recopilan 173 poemas, de 115 autores de distintos siglos y
generaciones, partiendo de Rufo Festo Avieno -siglo IV después de C.- hasta
finalizar con no pocos nombres representativos de la lírica española contemporánea.

 
EL CAMPO DE GIBRALTAR EN LA POESÍA ESPAÑOLA no es sólo una cuidadísima selección antológica en torno a la temática de esta zona del Sur, sino que también constituye un «bello homenaje» del autor -lo señala Leopoldo de Luis en el prólogo- a «su querido rincón andaluz».

29 de agosto de 2010

Calafate de rosas

Desde un eco de Dolors Alberola


He visto tantas olas que ya no sé sus nombres
y los esbeltos faros son mis ojos
que en la noche ven crótalos, tan limpios
como un día de poniente y rosa en calma,
con vuelos de gaviotas por flecos de las luces.
Claveles y ovas verdes tras niños que se elevan
con cantoras cometas y barquillas de corcho.

Sigo buscando un bosque de agua dulce,
el manantial de sal y caracolas
que ilumina la tarde que he perdido
por azules del cielo y en los labios del mar:
la rosa terrenal que nada entre las islas.

Me acercas a mis playas, mareas vivas renuevo,
reflejas en mis ojos la luz recién nacida.
Aún existe un tiempo varado en la azotea,
perdido en bulevares y orillas lubricanes
malecones de ratas y de astucias,
marinas enfermizas con humos y alquitranes.

La luz del mar existe, persiste entre los niños
descalzos como peces, y labios de la sal
entre espumas y redes, desnudos los claveles
del pecho en arreboles, vidente calafate
que nombras a las olas y a mi me traes sus nombres.

Mi admirada emoción. Un beso, amiga poeta

27 de agosto de 2010

Prólogo a “Albergues de la necesidad” de José González Jurado

No diría nada nuevo, quién pudiera, si digo que el tema de los Patios Linenses es algo, estimulante, apasionante. La historia, esa historia con minúsculas y no por ello menos substancial de la vida linense, está escrita en sus patios de manera entrañable, un día a día colmado de locuacidad.

El patio de vecinos es uno de los espacios en donde se ha configurado una época de esta Ciudad, y en donde se han dibujado perfiles de personajes que han quedado definitivamente grabados en nuestra memoria, una memoria que es necesario mantener. Es difícil sustraerse a la evocación, no exenta de nostalgia; pero una nostalgia acompañada de un cierto dolor. Dolor por todo lo perdido, y que también requiere ser valorado en esa otra cara que todo progreso trae consigo. Pero es necesario ver el tema con cierta dosis de alegría: la de la superación. El linense conoce muy bien esa fórmula, esa de superarse sin someterse, de recordar y continuar. Aunque el futuro, caprichoso y no siempre bien interpretado, se escape más allá de las lindes urbanas.

Ante las páginas de “Albergues de la necesidad” de José González Jurado es posible recobrar el pálpito del corazón de un pueblo, el de La Línea de la Concepción. Siempre he visto el patio, mi patio, como un territorio simbólico, para mí es como la estancia de lo más íntimo, donde residen las emociones, la ilusión... Así también veo al patio linense, como un símbolo entrañable; pero como un recinto que agrupa al corazón múltiple de los linenses, una intimidad abierta de par en par. En esos patios, que no han sucumbido del todo, el corazón de La Línea se hace uno y abierto, colectivo e íntimo, doliente y festivo. El patio de La Línea es una de sus señas de identidad, al mismo tiempo que un escenario no exento de las hechuras del sainete dramático. Sainete, por la reseña de hábitos y personajes con una buena dosis de entremés costumbrista; dramático, por las acciones que reflejan su recuerdo, su realidad. Y porque su evocación nos retrotrae a unas raíces, a las esencias de nuestros mayores: una herencia de la que no es saludable prescindir, por lo menos a quien le conmueva nuestra esencia vital como pueblo.

No creo que González Jurado haya querido oficiar una invocación perniciosa del pasado, yo lo veo como un reencontrase con la historia, una historia que los linenses fueron forjando entre esfuerzos e incomodidades, estrecheces y cuchicheos del vecindario, de esos mismos vecinos que acudían con una cacerola en las malas horas o en aquéllas, peores y hoy brutalmente soslayadas, en que era necesario, como sigue siéndolo por ser lo natural, llevar y compartir algo de humanidad. Cuando no disponer los paños calientes… o las mortajas. Lamentablemente, ya no hay patio que valga para dar rienda suelta a la vecindad solidaria, salvo excepciones que el lector sabrá valorar. Puede que el concepto de patio haya evolucionado hacia otros espacios, como el ser humano hacia otras sensibilidades, por decirlo de alguna manera.

Esta reseña de nuestros patios nos trae perfiles y colores del alma Linense; ya sea junto al pozo y arriates de dompedros, o bajo los enramados de jazmines, o entre el perfume de las damas de noche y el cacharreo de las cocinas, el batir de las tortillas, las madrugadoras toses de los Trabajadores Españoles en Gibraltar, los bolsos de lona, los del costo, como tiaras pontificales en la punta de las cañas de tender, el trasiego de caseras y diteros, el ajetreo festivo de las Cruces de Mayo, la “Santacrú” con sus altares y sus “moñitas” de papel de seda con verbena al fondo. Entre todo ese barullo de coplas y retratos desvaídos por el tiempo, no se puede escamotear el autentico sentido y vida en un patio de La Línea de la Concepción, de sus moradores. Un barroquismo de limpia penuria, un brochazo de color y de aromas de madreselva que se funden con los refritos y los adobos, el zotal y las bolitas de azulete, al que siempre oí como “azulejo”. Una musicalidad innata, batahola y alboroto, que solo callaba para oír los partes de Radio Nacional, o los seriales de Radio Tánger y Dersa Tetuán, o los de la SER, en una paz dolida y alegrada… Aún aúlla, entre gatos y trinos enjaulados, la metralla que salpicó de dolor y muerte una Feria de 1941 sobre un patio, pacífico y festivo, arrollado por uno de aquellos bombardeos. Ni con bombas que tiren podrán arrasar la memoria colectiva de un pueblo en torno a su patio.

En los patios de La Línea se ha escrito todo un tratado de nuestra sociedad. Y se ha escrito, con risas y lágrimas, para perdurar en el tiempo a pesar de la piqueta. Con la demolición sistemática de ellos, no sólo se ha manifestado el gran cambio en la sociedad linense, sino que ha dejado una huella perpetua de la personalidad de este pueblo. Derribos de los que Pepe González Jurado ha sido protagonista como se descubrirá a lo largo de sus páginas. Pero derribos, al fin y a los cabos dolorosos en muchos casos, que han contribuido a fijarlos en la memoria colectiva de un pueblo, de cuando este pueblo era una familia…, a pesar de sus miles de habitantes.

El lector que recorra este itinerario que propone José González Jurado, descubrirá no sólo una enumeración de patios, con detalles y anécdotas, muy al estilo de este linense de la Axarquía, sino que se verá envuelto en la personalidad del autor. Su lenguaje, sus giros, sus expresiones en suma, hacen que uno se sienta conducido por un personaje peculiar. Recorrerán calles y plazas, por un tiempo perdido como por un mar de recuerdos y anécdotas que han configurado muy buena parte de la historia más reciente de La Línea. -Como siempre, la historia más conocida de La Línea es la más reciente por esa voluntad, a mi juicio suicida, de no ver más allá de 1870.No debería olvidarse que los primeros pobladores de los patios fueron las gentes de aquí, los linenses.- Pero el lector que acuda a estos personalísimos apuntes, habrá de recurrir a la confrontación de sus propios datos y vivencias con las impresiones de este poeta que nos llegó de Torrox allá por los años cuarenta, para hacerse un linense de toda la vida.

Precisamente su amor por este pueblo mío, es lo que le hace a Pepe escarbar en su memoria, a garbillar entre los cometarios e historias que ha ido recogiendo, por aquí y por allá para, como recolector de frutos de su huerta y de pasiones humanas, presentarnos unos ramos de vida de entre una memoria recogida, asimilada hasta hacerlas suyas y ofrecerlas “a su manera”, como a él le gusta decir. Sin duda, a González Jurado le mueve el sentimiento del linense y del cariño por sus vecinos. Desde un personal tratamiento y su generosidad, ha recreado esta crónica sentimental de los linenses en sus patios. Y con cierto aire de romanticismo en el que su lenguaje es el principal protagonista.

José González Jurado es un poeta que escribe coplas, romances; letrista con un innato sentido del ritmo que se ve abocado, una necesidad vital, a transmitir todo cuanto pasa ante sus sentidos. Siempre con boca de fandango, con lengua de romance, casi nos habla con un deje y una queja que el lector podrá apreciar en su estructura, repito, personalísima, como un verdial que se ha hecho linense en los navazos zabaleños. El lector podrá recurrir a una voluntad de constatación o de asunción desde la óptica sincera del autor, un autor que siempre nos conducirá, guiados por su oralidad y desde una visión sencilla de la vida. De su vida y milagros en La Línea de la Concepción.

25 de agosto de 2010

D. Fernando Bachiller

Sr. Alcalde, Corporación Municipal, Autoridades, Señoras, Señores, Amigos:

En nombre de la familia de D. Fernando Bachiller, a la cual estoy unido por mi matrimonio con su hija Miriam, me honro en hacer un bosquejo de mi admirado, querido y respetado D. Fernando Bachiller Cabezón. En nombre de todos queremos manifestar nuestro agradecimiento a quienes han hecho posible que le sea otorgada esta distinción. Consideramos que tan alto honor se corresponde con el profundo cariño que D. Fernando mostró por esta Ciudad y por los linenses. Todos nosotros aún recogemos ese sentimiento de afecto y consideración de todos aquellos que le conocieron y apreciaron, de primera mano, su catadura moral, su ética profesional y su linensismo. Rasgos de su persona que permanecen frescos en la memoria de todos y que, con esta distinción, se perpetúa la reciprocidad que siempre ha caracterizado a este pueblo nuestro, cuya sabiduría medular le ha hecho distinguir siempre al forastero afincado de quien, con calidad humana, echa raíces profundas en su historia más sensible.

Reciprocidad, en lo afectivo y emocional; elevando el sentido de la acogida que siempre nos ha caracterizado y que ha hecho bandera de nuestro superior espíritu de la vecindad, del elegante saber estar, que no se nos puede negar y del que siempre hemos hecho gala. Cuando mi pueblo reconoce los méritos de D. Fernando, se reconoce asimismo como el pueblo que siempre fue, aún antes de constituirse como municipio independiente. Pero ese talante de mi gente es para mí difícil de dibujar, pues soy, y quiero ser, parte de este andamiaje humano. Entramado de esperanza y emociones que hacen de nosotros un pueblo en el que la altura de miras, la generosidad y el reconocimiento a la valía de quienes nos han elegido como pueblo propio, han ondeado desde siempre a la sombra del Peñón de nuestra existencia. Así la familia de D. Fernando entiende este acto como un doble homenaje a su memoria y a nuestro pueblo.

El Dr. Fernando Bachiller era natural de Portillo (Valladolid, 1924) En la ciudad de Valladolid se licenció en Medicina y Cirugía con la máxima calificación de Premio Extraordinario en la promoción de 1948. Desde el segundo año de Licenciatura mostró una gran valía intelectual, consiguiendo la plaza de alumno interno de cátedras clínicas por oposición y diferentes becas en asignaturas médico-quirúrgicas. Su perfil asistencial le movió a incorporarse como profesor en la Cátedra de Patología y Clínica Médica y a efectuar su especialización en patología cardiopulmonar.

Se me asegura que mucho influyó en su decisión el hecho de que su hermano Teo contrajera el terrible mal de aquélla época y que acabaría con su vida, dejando en D. Fernando una huella profunda que permanecería como un acicate y una poderosa motivación. Ya D. Fernando vería siempre a su hermano en cada paciente y pondría todos sus conocimientos y esfuerzos al servicio de una lucha contra el dolor del enfermo y el sufrimiento de las familias.

A comienzo de los cincuenta, del pasado siglo, llegaría a nuestra ciudad, a La Línea de la Concepción, como médico del Sindicato de Trabajadores Españoles en Gibraltar. Luego ganaría la oposición para dirigir el Dispensario de las denominadas “Enfermedades del Tórax”, impulsando las primeras campañas de detección y control de la Tuberculosis. Luego sería miembro fundador del SEPAR- Sociedad Española de Patología del Aparato Respiratorio.- También de Neumosur, una ramificación de la anterior con carácter andaluz y que es aún de relevante importancia médica.

La situación sanitaria de la Ciudad, en aquellas fechas, era desoladora. Él vino a luchar en el campo que le era propio; encontró la satisfacción profesional, también afecto y respeto. Y trajo consigo no sólo su equipaje científico sino ese bagaje emocional que le llevó a sentir la medicina como un valor humano, y que le hizo acreedor de la confianza de sus pacientes y el reconocimiento de los hogares. Descubrió el sencillo y luminoso encanto del Alma Linense. Y su alma, ancha como la meseta que le viera nacer, se hizo más grande entre nuestros dos mares. Comprendió, como tantos otros que llegaron con bien a La Línea, el carácter linense y sus peculiaridades, personalidad colectiva que nada ni nadie podrá cambiar. Y La Línea le acogió como sólo sabe hacerlo nuestra gente cuando atisba la calidad humana. Su lucha estaba en pie y, allí donde su servicio era requerido, acudía con su doble vademécum, el de sus conocimientos y su excelencia humana, su corazón y su alma. Y acudía D. Fernando allí donde ni la policía entraba, la de entonces… En cualquier lugar de la ciudad, era respetado, aceptado y reconocido. D. Fernando descubriría enseguida el genio y personalidad del linense, y su alma ancha, su corazón enorme, sintió ese pálpito con que los linenses sentimos y reconocemos, como la piel reconoce el tacto afectivo, como los antiguos linenses, eternos zabaleños, reconocían lo potable del mar en pozos de la orilla misma. Un aliento difícil de explicar, al menos para mí como antes he dicho, pero que hay quienes lo entienden y lo sienten, lo sufren y lo cantan, lo pregonan y lo otorgan… Y saben de qué hablo. Ese soplo lo descubrió D. Fernando y lo hizo suyo. Muy poco puedo decir de su importancia científica, por mi ignorancia tengo que remitirme a datos y notas de su apretada biografía. Pero del corazón y del alma, de su calidad humana… De eso si puedo hablar y dar fe, no sólo por mi vínculo sino por mi convivencia familiar con él hasta su último día.

Confieso que me aplastaba, como linense de cuatro o cinco generaciones de sangre en este Zabal, que este D. Fernando llegado de Castilla, demostrase más linensismo que el mío propio. Solía alzarse, como sólo lo hace un linense lúcido y enamorado de su pueblo, alabando las virtudes que encontró en La Línea de la Concepción desde que aquí llegó. Y nos refería hechos de personas, como lo harían mis abuelos, con todo detalle de parentescos y nutrido anecdotario, haciendo gala de su conocimiento sobre vecinos… Como hacemos los linenses desde que tengo uso de razón: disfrutando de su ciudad y con su gente ¡Y él conocía a tanta gente! No puedo olvidar el entusiasmo de D. Fernando defendiendo a su pueblo, a La Línea, como muchos linenses lo hacen. Y es que, La Línea de la Concepción también era el pueblo de D. Fernando, un castellano de gran talla que nos llegó del Arrabal de Portillo a este histórico Arrabal de Gibraltar.

Inició una nueva andadura profesional como Director del Dispensario del Patronato Antituberculoso, considerado entonces como un destino de excelencia para recién formados especialistas. Y fue su director hasta la extinción del centro. De la magnitud del trabajo desarrollado por D. Fernando Bachiller en nuestra ciudad, da una idea el hecho de que a lo largo de tres décadas pudieron documentarse en el Campo de Gibraltar más de cien mil pruebas de detección de tuberculosis en las distintas poblaciones de la comarca. La situación médica en aquellos años era claramente deficitaria y con una enorme prevalencia de enfermos tuberculosos, siendo esta dolencia considerada como un problema prioritario de salud pública en aquel momento.

De manera concomitante, y como Director del Dispensario de nuestra ciudad, impulsó estudios pioneros en su campo. En el ámbito de la Tisiología, D. Fernando Bachiller presidió el grupo de especialistas de mayor prestigio a nivel nacional, la sección TIR de la Sociedad Española de Neumología. Gracias a su mecenazgo nuestra ciudad acogió sesiones científicas y congresos del referido grupo y del correspondiente de la Academia Americana de Enfermedades del Tórax. Ellos condujeron a la modernización del tratamiento actual de la tuberculosis y D. Fernando participó, desde La Línea, en los primeros estudios europeos de evaluación terapéutica por Rifampicina. Ya en los años 60 participaba en congresos internacionales (Rusia, países centroeuropeos, Estados Unidos de América), llevando el nombre de La Línea a todos esos lugares. Fue nombrado académico por la de Medicina de Cádiz, la más antigua de España, convirtiéndose así en el primer médico académico en La Línea de la Concepción.

Cabe destacar que su labor pionera, junto con sus colaboradores, sigue en vigor en la actualidad. En esencia elevó la medicina al máximo nivel científico y profesional en nuestra ciudad. Convirtiendo el escandallo linense como una referencia en su especialidad. Unía así el nombre de La Línea de Concepción a una de las más dignas labores del ser humano como lo es la lucha contra la enfermedad. Su vinculación personal y profesional a La Línea le llevó incluso a renunciar a cargos en otras ciudades y a apostar por nuestra ciudad. Otro rasgo destacable de su carácter era su incansable capacidad de trabajo; y su acervo cultural que hacía de él un gran conversador.

Aquella acogida que tuvo por parte de los linenses es la hoy entendemos como refrendada, ya que aún se mantiene viva. Acogida que fue forjando en él a un linense: la ciudad lo hizo suyo. Porque aquellas manos que se tendieron hacia él hallaron la respuesta de su mano, una reciprocidad humana que ha sabido transmitir a sus hijos y nietos. A nivel personal la figura de D. Fernando no se entiende sin la de su esposa: Marili Luque, vallisoletana como él. Tampoco sin D. Fernando se entendería la de Marili, señora de extraordinarias cualidades intelectuales y humanas, que se trasladó a La Línea de recién casada y que fue un auténtico motor para la actividad de D. Fernando, y de su hogar. Sin renunciar a su propia labor profesional como licenciada en Filosofía y Letras, ya que ejerció la docencia hasta su muerte accidental, lamentable y prematura, compatibilizándola con la atención a los ocho hijos que tuvieron en común. Todos ellos, siete son linenses, permanecen actualmente fuertemente vinculados a nuestra ciudad, en la que residen tres de sus hijas con sus esposos e hijos linenses.

D. Fernando y Marili supieron exteriorizar hacia los linenses su personalidad, afabilidad sin afectaciones, siendo muy frecuente verles entre numerosos amigos, recogiendo la simpatía de cuantos les conocieron, o participando en actividades culturales o de otra índole que se celebrasen en nuestra ciudad, y sintiéndose, ambos, linenses.

D. Fernando Bachiller Cabezón falleció el 16 de agosto de 1997 en La Línea en dónde recibió sepultura junto a su esposa.

Y aunque desde que llegó lo ha sido, hoy es ya linense no solo por elección propia sino por adopción. Por ello, en nombre de toda su familia, expresamos nuestra gratitud por este reconocimiento que entendemos como linenses que somos y de todo corazón.

Muchas gracias.

24 de agosto de 2010

Nayagua

Lamento no saber en qué fecha apareció este Primer Eslabón que editaba Salvador Colón, su director, aunque no antes de 1975, creo. Recogía este proyecto a casi todas las voces locales del momento, e incluía a autores de la comarca. Con Colón, lucharon en aquel empeño Francisco Bombién, sub director y redactor con Joaquín Bassecourt, Rosa M. Moreno del Río, Carlos Fernández Serrato y Alberto Vázquez.

Este poemita dedicado a José Hierro se titula Nayagua porque así se llamaba una finquita que poseía el poeta en algún lugar de la Mancha, cercano a Madrid. Era escasa el agua y a fuerza del decir familiar de los Hierro: “no hay agua”, se fijó como Nayagua. Cuando estuve allí, fuimos en el Seat 800 del propio Hierro, con Alfonso M. Gil y Marian Hierro, pude admirar su trabajo de jardinería. Apenas una o dos habitaciones tenía aún la futura villa, pero Pepe Hierro cultivaba su jardín con un esmero mezcla de nervio alegre y poesía laboriosa, como es su obra. Y destripaba el terruño como un viejo dios ibérico, sin camisa, soñando con olas del mar y macizos de flores arrancados de sus mejores páginas. Allí admiré tan noble esfuerzo, y su obra se me hizo más cercana; y desde ese recuerdo, posteriormente, he leído su poesía. Por eso quise reflejar aquella imagen, que conservo como un preciado tesoro, en este poemita que titulé Nayagua, pretendiendo refrescar aquel sueño de Hierro: un mar en el jardín.

Ya he aprendido a releer y perdonarme aquellos mis primeros poemitas con la indulgencia del tiempo y a favor de los sentimientos que entonces los hicieron posible; aunque eso no pase siempre, ni con todos.

Nayagua en Primer eslabón

23 de agosto de 2010

NOTAS

Antologado en Verde y Blanco, 1979

AUGUSTO GARCIA FLORES nació en La Línea de la Concepción (Cádiz), en 1946.
Tiene en sus oídos pregones de mercado, voces de “agua”, rebuznos de borricos verduleros y cantares de romancero. Está marcado indeleblemente por el gris del Peñón y por los azules de aquellos cielos; y telúricamente por el blanco de las cales y por el verde de los campos gibraltareños. La infancia, triste, con recuerdos de charcos y carreras por la Plaza Fariñas y el Callejón del chino.

Estudió en la Real Escuela Superior de Arte Dramático, de Madrid. Terminados los estudios de interpretación, marchó a América como profesor del Taller de Teatro de la Escuela de Middlebury College durante los veranos del 72 al 75. Antes debutó en Madrid como actor en un espectáculo de poemas y canciones en el Pequeño Teatro “Esta noche Brel". Luego fue actor de reparto en la Compañía de Juanjo Menéndez.

Escribió artículos de crítica teatral en la desaparecida revista de estudios campos gibraltareños Carteya, de la Casa del Campo de Gibraltar en Madrid, y en el diario "Área", de La Línea. Actualmente colabora, como articulista, en varios periódicos y revistas, y en Radio Nacional de España con el programa de cante flamenco “Oído al cante".

Pero, antes que nada, es un gran aficionado a la vida que quiere ejercer su profesión de ser humano. Escribe desde muy temprana edad, sobre todo poemas, siempre con un espíritu autocrítico -quizás demasiado sincero y riguroso- que ha hecho callar, hasta ahora, sus trabajos poéticos. Como lírico, Canta a todo lo que le rodea, en la creencia de que todo, absolutamente todo, nos hace y nos afecta, hiriendo o dulcificando nuestra sensibilidad.

Vive en La Línea. Y actualmente trabaja en la preparación de un libro de poemas, algunos de los cuales ofrecemos aquí.

                                                                                                                   Málaga abril-mayo-junio, 1979

Tristeza

Tristeza

Por la tristeza ando
y mis pies son de tristeza.
Por sus calles corro y por sus calles hablo;
solo por las calles y por las plazas solo.
Ojos cansados de monótonos llantos
chorrean una cristalina pena
abandonada del cristalino pájaro.
Aquí el surtidor no es músico
y las flores de sus glorietas
cambiaron color por melancolía.
Flores condenadas al amarillo.
Me pierdo por laberintos de limón
y sólo tengo el amarillo de su redonda vida
Mi alimento es de tristeza
y con mi pan acudo a sus agrias esquinas.
Tristes lenguas mortecinas
callan cuando la tarde muere
y al alba, empapada de pálido celeste,
musitan sus quejidos de bujía.
¿Adónde herís,
débiles puñaladas al corazón del sol
en mitad del día?
¡Torpes luces encerradas en faroles!
A esta cueva de silencios
llega el agorero grito
de un viejo lagarto
con arpegios de mar perdido.

Aquí el mar es un ensueño: No hay mar.
El temblor tiembla y las calles se pueblan
de metálicos ecos, de voces de hierro.
Apesta a lagarto
y a miedo de lagartos.
Apesta el vómito de tan temida boca
llena de negrura y de puñales y de viejas mentiras.
Por la opaca ventana de esta tristeza
entra una viva luz
y un sonido bueno entra
desde la azotea de una guitarra
presentida.
La cal no entiende esta negrura de paredes
y ortigas crecen en este asfalto
sin costados ni cintura ni vértice.
Y ando con los ojos este abandono que rodea.
Me visto de tristeza
y no quiero páginas por pañuelo.
Desde mi tristeza hablo,
pero no la cuento;
hoy duermo en sus habitaciones...
Mañana me vestiré de sol
y será de luz,
me bañaré en la orilla
y la mar será,
abriré los ojos al alba plena
porque presiento, a lo lejos,
una viva guitarra que me espera.

ver Notas

El Rapsoda (uno, dos y tres.)

                                                         A Juan Añíbarro y a Carmen Luque
         uno, (El camerino)

Si volviera aquel rapsoda, heredero de los bardos,
con su estilo quizás pueda despertar de su letargo
al eterno romancero, al decir del viejo salmo
y a la chispa pregonera de la sangre en fogonazos
con claveles de su Pueblo en palabras como dardos,
campanario de asonancias en repique de rebatos
y clemencia justiciera que con truenos hace ramos,
oropeles por el aire con la copla de su daño.
Bajo el cenit de los focos vibrará de nuevo el canto
en liturgias de laureles, en ritual de idioma y Teatro
con telón e incendio cierto: Verdad honda en falsos lagos.

Meditando en la cheslón oirá un eco, añejo y sacro,
sublevando graves voces, sortilegios tras peñascos
en furtivos maridajes entre espectros y desgarros.
Bajo abstractos diapasones los sarmientos de sus manos
lograrán tomar un cetro a la lumbre de los rayos
de un espejo sin azogue, turbio y dócil como un charco,
temeroso bajo dudas y cautelas del ensayo.
La voz alza, memoriza, liga un gesto con un llanto,
la impostura de un silencio muy medido, bien pensado,
como quien recuerda amores y el Amor le sale al paso.
Para sí reclama inquieto el celeste y regio manto,
el de flecos y madroños, el de espigas con acantos
que a sus hombros demolidos le devuelva temple y garbo,
como cuando bebía el mosto de la copa del dios Baco.

Su nocturno genio vibra, bebe largos sorbos de agua,
a las horas pide treguas, pide vino a viejas parras
y a extinguidas candilejas entre el polvo de las tablas.
Se motiva con escotes y preludios de guitarras,
si recuenta los fracasos dramatiza una oda amarga.
Con destreza de juglar junta alondras amaestradas
y concede a un dios menor, en solemne y falsa calma,
que le calce los coturnos, que le abroche seda y plata
en un triste camerino, o tras lonas de una carpa,
que ya es un salón del trono donde su alma se agiganta
y el sereno verso aflora tras penumbras que se aclaran.

Bajo luces de memoria el carácter se le ensancha.
Ciñe pausas, mide codas, en su mímica trabaja;
verifica tesituras, timbre y claves apuntala;
un lucido fin ajusta y a sus lágrimas amansa
como a un río de sueños bravos y emociones en soflama.
En su pecho al fin encuentra un silencio que siempre habla
con fragor de recitales y pasiones de biznagas
en clisés que purifica donde duermen las romanzas,
con los mágicos melismas que le aguardan con la fama
entre glorias de cortinas y grandeza dionisiaca.


         dos, (El recital)

Sufrirá entre bastidores, ya su nombre no recuerda
y respira solitario. Sangre y vértebras recuentan
los segundos, como siglos arrancados a centellas
detenidas un instante, un volcán hecho pavesa,
todo el tiempo en una gota. Una chispa de indulgencia
a su asombro en celo pide, a su aplomo que se quiebra.
Soledad tan absoluta como un lecho de tinieblas
que ya es cauce de otras vidas, de otras voces que le alientan.
Ya en sus venas siente el flujo de otras sangres que le acechan,
que le colman la garganta con saliva de hojas secas.
Que le mira el cosmos siente, que las orbitas le esperan
cuando asume su destino y el monólogo comienza.

Como un divo en la impostura al proscenio heroico lleva
su genial dicción y acentos con sus máscaras a cuestas;
con sombrero, sonsonete y la capa en revolera
en compases que él entiende con los metros de su escuela,
desvelando los secretos de tragedias plañideras.
Del rampante firmamento frenesí prende, y cadencias
de selváticos aullidos virginales tras cometas,
tras furor ferino en fuegos de felina fauna inquieta
con las fauces como bocas de palabras entreabiertas
en dicciones de silvestres y carnales confidencias.
Que la Vida es fuego afirma y con ella prende hogueras,
que es desplante ante la muerte en la vida de la escena.

Preso histrión que ruge, llora, su verdad solloza y tiembla.
Ríe, titán encadenado a los troncos de su selva,
en arroyo de palabras y pasión por la defensa
del sencillo afán que triunfa, del humilde en soledad
de su limpio pensamiento, del humano ideal que espera
mariposas bailarinas, alas verdes, rojas yemas
y la erótica mirada de azabaches en la niebla
con la música del alba y un sigilo que se quema.
Desde pozos de la sangre las historias recupera,
a una altura habla, convoca sentimientos con leyendas
de alguaciles y rufianes, de cantaores y venteras,
de bandidos generosos, del dolor de gente buena.
En sus manos embalsama los delirios de quimeras
que se apagan lentamente y en su voz se hacen eternas,
que las prende en su garganta y no calla aunque se muera.

Sano y salvo entre conflictos y pasiones de tragedias
con pistolas y cuchillos, como un niño en las reyertas,
el huidizo rastro sigue de la trova callejera
y declama una denuncia, brama, clama épicas quejas
del embargo al desengaño; entre el lirio y la nascencia
al desnudo ángel ampara, que él es su héroe y es su estrella.
Paladín de mil entuertos, adalid de la inocencia
que pretende un mundo nuevo recitando los mil poemas
aprendidos en tertulias con las voces de la tierra.
Y un amor, siempre un amor por balcones y veredas
donde se abren los jacintos y los muslos de las hiedras
por esquinas de ciudades, por el limo de riberas,
por helados callejones de una abrupta noche negra
bajo un cielo de aceitunas cuando gritan las adelfas
y los gallos de claveles insumisos en sus crestas.

         y tres. (El mutis)

Cuando acaba el recital, formidable y exaltado,
callan grillos y chicharras. Bajo vivas y entre bravos
gira el porte, la cabeza magistral hacia el ocaso
donde frondas patriarcales cristalizan versos claros.
Ave errante que no pudo ni reinar ni alzar el lauro,
ni ceñir corona de oro ni su azul dar al parnaso,
de vendimia va con musas, escarbando por los campos
donde zumben abejorros, entre médulas de nardos
a la luz que ama y recrea con su instinto limpio y largo,
con sonoros aguijones de su astucia y sagaz tacto
que le ciñen la corona de un crepúsculo de pájaros,
juveniles y fecundos, en su reino de entusiasmo.


Vuelve al claustro de las fuentes, a los cómicos divinos;
con racimos en la lengua barruntado va sus ritmos
de elegía o festivo punto que en la vida sólo quiso
el respeto de su audiencia, ser amado por su oficio,
por su airoso y ágil verbo, por domar su pecho herido.
Como ciego cantor palpa las caléndulas del sino
cuando marcha a sus soleras, hacia otoños infinitos
a avivar llama en braseros de hojarasca, musgo y trinos,
a afirmarse en su doctrina de la estrofa en roble antiguo,
y en las ascuas remover sentimientos y suspiros
con badilas repujadas de refranes y acertijos.
Una gran verdad salmodia de insurrecto viento en himnos.


Extraviado por los bosques siderales que no han muerto,
en los brazos de la ninfa que conversa con luceros,
buscará unas banderillas y a los ángeles toreros;
buscará pausas, adornos; pulsará trágicos trenos
depurando hasta la muerte sus maneras y su acerbo.
Hurgará entre madreselvas el caudal de un poeta nuevo
que le alumbre el verde canon del coraje en vilo eterno
con las rosas rescatadas del idioma de su Pueblo.
Volverá a sonar la antífona cuando crujan los romeros
ofrecidos al poemario en altar de arcaico helecho.
Su decir dejará un rastro con jazmines de su invierno
tras vigilias ante el arte inmortal del dicho verso.

Nayagua

                                                                    (Erase de un jardinero...)
a José Hierro

El hombre miró al Sol y a la Tierra,
barrunto de mar y cielo puro.
La tierra seca, berrenda en polvo,
como página desnuda en la espera.

El hombre surcó la terquedad seca
y surgieron las olas vegetales,
cultivo de sus brazos y soñada
por su frente labriega de poeta.

Muy lejos de la mar, en la meseta,
a golpe de agua dulce y de esperanza,
en Nayagua brotó la mar florida
y un milagro de luces que navega.

Jardinero, piloto de los poemas
de su alta frente de viril ternura,
riega de luz su página terriza
y sus versos hasta el mar regatean.

Jardinero, la mar a ti te sueña,
adornarse quiere con tus cultivos,
anhela oírte el nácar de sus orillas,
desea beber tus labores de estrellas.

Dichoso tú, que a ti la mar te piensa,
labriego del hermoso sudor de oro,
porque tú la soñaste en arriates
y a Nayagua llegó tu primavera.

ver Notas

Herida abierta a la esperanza

                                                                a Leopoldo de Luis

Dices que la poesía nace de la vida,
que la vida es lectura, conocerse,
que la emoción te dicta cuando cantas:
“respirar por la herida”, en rigor lírico.
Sé que rindes tributo a la belleza,
a la duda interior que te fecunda
con fervor indomable y con dolor,
enlazados al ser que se resiste
con coraje de pétalo y de barro.

El silencio de las luces es un grito
sobre este “ajedrez rojo de la vida”,
en sus casas me albergo y, en su bosque,
se desvela el ideal de la arboleda
y adivino el fulgor de los espejos
en penumbras de un tiempo que persiste.

Tú lo has dicho y lo asumo, de tu mano,
con los tuyos, leo antiguas cicatrices
que el suelo sepultó en sus entrañas
y el tiempo las redime con palomas.

Sólo mi alegría junta pobres ramos,
y mi verdad levanto cada día.
E insisto que contigo a mí me importa
enarbolar racimos de protesta,
de paz y libertad por las ventanas;
en jardines de auroras inviolables,
la esperanza en el alba de los hijos
y un brillo que me brilla a todas horas
en este “teatro real”.

                               Mi fe contigo,
nunca muere la mano que me escribe.

                                                                  Almoraima, 2009

a José Mauthausen

Mi cuerpo es una inmensa noche helada,
apátrida en equinas de mis venas;
aún chorrea el terror sobre mis días
y siento otras torturas en mis huesos.

Heridos en el fondo de la escarcha,
mis ojos son espejos que no olvidan
la bóveda en cenizas de amapolas,
la vida salpicada por las piedras.

Conmigo compañero en el infierno,
mi padre a mi costado habla y tirita,
quebrada su voz última en la nieve.

Junto a él labré escalones en mi carne
tatuada de exterminio; y no salimos:
ya no éramos nosotros los que entramos.

      Fue el llanto nuestra patria,
      sus águilas bebieron nuestras lágrimas.

22 de agosto de 2010

Palabras turbadas

Hablar con un moribundo
es vestir con cartones la palabra,
descubrir lo acre del aliento;
por un reseco jardín sin azules
vislumbrar estrellas imposibles
y ver, a pleno día,
su risa más ciega, la más amarga.

Desde un cielo de cenizas humeantes
se desploman carbones en ascuas,
perturbada luz
que quema la trivialidad pensada.
Conversación liviana,
sin fronteras ni destino.
Es banal la charla, torpe y ronca;
la palabra naufraga en un perdido océano
sin olas,
ya seco, ya solo, ya entregado
al silencio sin aplomo.
No quedan palabras vivas,
muertas están o aspirando lagrimas.

El aliento busca un aire
y el mundo se queda en calma;
ni sopla un inútil viento.
Estancado charco, desangelado,
desvaídas esperanzas,
reojos de mirada extraviada, opaca.

Se adivina la ausencia,
el territorio desolado y prometido;
ojos sin luces, voces sin salida.

Hablar con un moribundo
es sentarse en la temida orilla,
temblar, no decir nada
con palabras amorosamente escogidas.
Guadalmesí, núm. 24 - octubre 2003

Moscas como margaritas negras

                                                      Primer Premio III Concurso Guadalmesí de Poesía, 2001

Margaritas ahogadas por la orilla, borde huraño del altar calpense,
como alas de fragilidad consumada y semejante;
negras, como las moscas del descalabro entre rocas y oleajes;
negras flores braceando hasta morir desde la orilla tingetana.
Diminutos funerales como alarmas sordas, mudas y podridas,
entre sintonías entumecidas de salitre y niebla impune.
Desde detrás de la montaña azul, ayer hermosa Abyla,
arriba la canción desmigada de la flaca molienda,
indigente amasijo ante ojos de luces derramadas.

La muerte clava sus escuálidas banderas,
vocifera epidemias, entona himnos hambrientos;
culebrea por los párpados vencidos.
Las heridas cauterizan con apósitos de insectos.
La tierra duerme rojiza y verde, promiscua, puteada e infecunda.
Estrago verde entre palmeras y serpientes, panteras y primates.
Huele a curtido, a pandero muerto, entre los esqueletos disfrazados de piel.
Gime, berrea una sonrisa feroz como una estrella loca;
idiota como el hambre hacinada sobre los huesos y el olvido.
No gusta el alacrán de esos aliños ni soportan sus guaridas las desgracias.
La realidad se evade, huye de su dolor trasparente.
De las migas de la mansa batida, festín áspero,
nacerán aquí moscas como margaritas sorprendidas
ante una estación fantasma, de ilegítimos albores;
una primavera tumefacta,
eclosión podrida, envenenada, despreciada por marrajos y ratones.

Moscas, endrinas de todos los cadáveres;
moscas de todos los días por orillas de tingetas y calpenses.
Margaritas negras, inevitables, pertinaces,
que lamiscan el trazo desfallecido de los ángeles.
Moscas, como pétalos de parca, sobre cuerpos sin alas
arrojados a una paz ciega de baraka y mal bajío.

Amanece el neón, hipotecado como luz solar,
al borde del veneno y el subsidio, del kif y del cubata.
Amanece el oropel del cuché y editoriales
chorreando verdad y publicidades,
alumbrando ángeles amortajados de moscas voraces y aguerridas.

Exequias golosas por el borde de las llagas,
sorben hambrientas las últimas lágrimas frías,
hurgan por las saladas comisuras muertas,
entumecidas de Estrecho, perseguidas, desechas.

Entre niños de abultada mirada y descarnadas articulaciones,
entre pechos que no son tetas ni ubres maternas
sino inquietos guiñapos que claman arrepentidos de ser,
llega un duelo de margaritas negras,
de moscas con un verde aliento de leopardo y de babuino.
Aúllan las moscas entre las flores del infortunio.
Los ángeles, espantando sus moscas, buscan frescas margaritas;
buscan un mundo posible que se nos esfuma por no saber soñarlo.
El Estrecho quisiera volar, huir,
rechazar la caricia del planeta por su barriga.
Quisiera ser río por desembocar su paz en una playa de pescadores;
y pastorear delfines, rechazar cormoranes, asustar veleros con su neblina;
jugar a ir y venir trayendo olas, lenguas, músicas,
mensajes en botellas de colores;
volver a emborrachar a un coro de ángeles cantores
de chacarrá y chirimías en verbena de galones y viseras,
farfullando muecines, campanarios y folclores.
Quisiera hacer surcos entre sus olas y sembrar inocencia, puras margaritas.

Mi Sur

Buscaré el mismo Sur hasta que muera,
el que brilla en el cénit de la sangre,
el que alumbra a la oscura inmensidad
del planeta con piedras incendiadas.

Y el clavel en la boca del silencio,
refugiado en veleros de titanes
tras bandadas de peces con jilgueros,
crecerá como un río de miel y vino.

Cuando brille la estrella presentida,
la de flecos cobrizos en la aurora
tras los montes que emergen desde el mar,

el dorado aldabón de la gran puerta
en la orilla sin nombre caerá roto,
para alzarse en un puente sobre el mar.

   Este Sur, que es el norte de tu orilla,
   es mi guía, mi astrolabio y mi timón,
   es mi norte en la luz que estoy buscando.

                                   Núms., 13 y 14 diciembre 2009

Lejos de acá y de allá

Allá lejos mi patria, un alma en cada cosa,
enjuta en la ribera y ahogada en la montaña.
Cancelas de la arena abiertas en mi pecho,
cerradas en mi espalda mordida por las hienas.

Recuerdo un ralo borde de ocelos y de hogueras,
perfiles de chamizos, cristales en cenizas
con sangres mutiladas, y rosas sobre el suelo
que reptan por mi mundo de niños con fusiles.

Y un coro de allá lejos, de vacas y de búfalos.
Rumiantes costillares como un bajorrelieve
de escuálidas praderas, pintadas, esculpidas
en cerros del estiaje y arroyos del guepardo.

Acechan las cosechas tras simas del planeta;
con puños y con dientes se arranca mijo y caucho,
las flautas de azafranes, utópicos diamantes
y, en charcos de violencia, la sed arracimada.

Regreso cuando avanzo, volviendo continúo
hasta hoscos callejones de lémures y gerbos
que pastan, junto a gatos, los verdes que yo busco,
promesa tan remota del valle que imagino.

Los astros y los pianos, el pulso y las batutas,
cipreses y marfiles, campanas y timbales,
con cruces y mis dioses se funden acá lejos,
tras olas, entre escollos de andenes y edificios.

En pieles y en maderas, mi opaca voz labrada
parterre es de violetas por nieve de ciudades,
escombros de arrabales e idiomas retorcidos
de dulces lagos gélidos, como ojos de azul norte.

En calles de hermetismo, de larvas y chacales,
me duermo sobre playas del sueño que no olvido
desde un allá lejano hasta un acá tan lejos.
Y acudo a las cabinas donde hablo con gacelas.

                                        Núms., 7 y 8 Diciembre, 2006

Mi exilio

                                          a Dolors Alberola

He empezado la casa por los libros,
por el patio, las plantas y una fuente.
Se cimienta en raíces y claveles,
la argamasa en mis noches yo mastico.

De mis poetas voy a mis pobres lirios,
a rituales humanos que no mueren;
rebusco en los estantes libres mieles
y un corazón de alondra en mis andamios.

La casa que construyo es mi retiro,
exilio voluntario, al fin destierro.
Será torre y ojos de barro y vidrio

que calculen las calles y los perros,
al gorrión mutilado de su trino,
y a un grito entre las ramas de un lucero.

     Y siembro por el patio que imagino
     un ritmo en partituras de tu aliento,
     sin espinas, sin sombras, con mis libros.

                        Tres orillas. Núm., 7 y 8 diciembre, 2006