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25 de julio de 2015

Francisco Tornay de Cózar, hijo predilecto de la Ciudad de La Línea de la Concepción.



Señor Alcalde, Señores Concejales, Autoridades, paisanos, señoras y señores

Mi primer recuerdo de Paco Tornay se me dibuja en mi infancia. Yo acudía con cierta frecuencia a La Rosa, la papelería y librería de la calle de Las Flores, bien cumpliendo algún encargo de mi padre o bien en busca de algún tebeo o de algún libro, que ya empezaba a aficionarme a la lectura. Y sí recuerdo, vivamente, como remoloneaba si en esos momentos había tertulia. Casi siempre el tema era de películas, de obras de teatro, de fotografía; y, sobre todo, de personajes de la vida cotidiana que tuvieron alguna relevancia, bien por la extravagante anécdota o bien por el hecho de ser considerados insignes vecinos dignos de admiración; también de la época buena de La Línea, aquella que pasó y no ha vuelto… Todos aquellos temas me interesaban enormemente y me atraían hasta el asombro; pero siempre desde un silencio respetuoso… cosas de entonces.

De entre los contertulios destacaba sobremanera uno; no era muy mayor entonces, pero para un niño veinte años por encima es toda una vida. A este señor daba gusto oírle y todos le atendían con agrado y respeto, no digamos de mí que estaba anonadado ante tanta sabiduría al alcance de la mano. Ese señor era Paco Tornay, y el contenido de aquellas tertulias desvelaba nuestra identidad a través de una serie de personajes, linenses o gibraltareños, y de hechos que configuraron la personalidad de este Pueblo, desde la lucidez o la torpeza manifiestamente juntas, con aciertos y errores, con hilaridad o dramatismo. Ante mí se abría la grandeza de buenos vecinos, de olvidados por la Historia, sí; pero esforzados campeones de la invención de esta ciudad. La admirable construcción de la ciudad que requiere nuestro Pueblo, y no me refiero a ladrillos precisamente, con una constante que iba a prevalecer siempre sobre cualquier rasgo, sobre cualquier otra característica: el perfil solidario, tolerante y acogedor de este Pueblo.

Más adelante, ya crecido y ambientado en los temas antiguos de La Línea, tras haber indagado por mi cuenta con maravillosas lecturas que había encontrado por casa, me atrevía a hacer preguntas a D. Francisco Tornay de Cózar, siempre Paco Tornay. Sin querer molestarle, tuve el atrevimiento de interesarme por temas y momentos de nuestra Historia. Y Paco siempre derrochaba su sabiduría y consejos con una familiaridad que daba confianza, ejercía un magisterio desde el más elemental de los sitiales de la didáctica: la sencillez. Siempre fue, Paco Tornay, asequible para quienes se acercaban a él en busca del conocimiento de nuestra Historia. Y él lo divulgaba con generosidad.

Hay un antes y un después de Tornay. Antes, hubo textos, recortes de periódicos, mapas, cacharros y artefactos, armas oxidadas y fotografías amarillentas, herrumbre y olvido, actas municipales y documentos inaccesibles, referencias a lejanas colecciones y museos, objetos, verdades y fantasías sobre nuestra Historia, también algunos libros de no muy fácil localización. Después, hay un buen puñado de linenses que continúan la labor que él inició; desde que Paco Tornay mostró el camino de entre los cachivaches hasta el conocimiento profundo. Existe el Archivo Municipal, su gran obra. Desde 1991 Francisco Tornay, fue el responsable del Archivo Histórico Municipal, con el título de Archivero Honorífico Municipal de La Línea, que le fue otorgado por una sesión plenaria de la Corporación Municipal. Fue Concejal Delegado Especial de Archivo, Museo y Biblioteca durante los años 1983 y 1991. Un después en que existe un rigor y que nuestro Paco Tornay supo impulsar desde su incansable labor, su tenacidad y la sencillez de un hombre pacífico que pretendía el conocimiento y el sentido de la vida desde la elementalidad de lo cercano. Labor incansable que mereció y merece nuestro respeto; y, es de esperar, el compromiso de quienes nos gobiernen, hoy y en lo sucesivo, de velar y hacer valer el conocimiento de nuestra Cultura, para que los hombres y mujeres de este pueblo sepamos quiénes somos y, a ser posible, adónde vamos..

Paco Tornay ha escrito cerca de un millar de artículos como colaborador en las revistas "Carteya", "Alameda", "Almoraima" del Instituto de Estudios Campo gibraltareños. Algunas lamentablemente desaparecidas o como la de la Fundación Municipal de Cultura de La Línea, "La Línea Cultural", vilmente degollada. También fue colaborador en los diarios "Área" y "Europa Sur". Recuerdo con especial devoción una serie que tituló “Radiografía de las calles linenses”, entre tantos otros.

En cuanto a cargos, laborales, culturales y distinciones, podemos enumerar los siguientes: Cofundador y socio de honor, de la Agrupación Fotográfica Artística Linense (A.F.A.L.). Como archivero, participó en las Jornadas provinciales de Archivos Municipales celebradas en Sanlúcar de Barrameda en 1986, y en Cádiz en 1987, organizadas por la Excma. Diputación Provincial. Miembro de la finiquitada Fundación Municipal de Cultura de La Línea, y del Instituto de Estudios Campo gibraltareños, Mancomunidad de Municipios, -Sección Segunda- de Arqueología, Etnografía, Patrimonio y Arquitectura. Igualmente perteneció al Ateneo Literario, Artístico, Científico y Marítimo "José Román" de Algeciras.

Participó en las II Jornadas de Historia del Campo de Gibraltar, celebradas en La Línea en 1994, con la ponencia; "La Navegación a Vapor y el Puerto de Gibraltar" En la Primera Jornada de Archivística del Campo de Gibraltar, celebrada en San Roque en 1995, con la ponencia "El Archivo Histórico Municipal de La Línea de la Concepción", organizada por el Instituto de Estudios Campo gibraltareños.

En cuanto a las distinciones que recibió podemos destacar la medalla de la Paz del Reino Unido que se concede a quienes lucharon por la Paz, otorgada en Gibraltar, año 1995, por un grupo de amigos gibraltareños en nombre de la Legión Real Británica. Este galardón se concede a todas aquellas personas que de alguna manera participaron, o colaboraron, con la causa aliada en la Segunda Guerra Mundial. Le fue otorgada la Placa de Plata de la provincia de Cádiz, impuesta por el Presidente de la Excma. Diputación Provincial en 1996, en reconocimiento a la labor de archivista llevada a cabo en su ciudad, La Línea de la Concepción. Se le concedió La Uva Cultural 1998 de Radio Algeciras Cadena Ser. En 1998 se creó la "Casa de Oficios Francisco Tornay", dedicada a la enseñanza de temas relacionados con archivos, encuadernación y restauración, y en su honor tomó su nombre.

Para dejar constancia de su producción, es preciso citar sus publicaciones: "La Línea de Gibraltar". Origen Militar de la Línea de la Concepción 1730-1810". Editado por la Diputación Provincial de Cádiz en 1983. También por la Diputación Provincial de Cádiz, en 1997, publicó "Gibraltar y su Prensa". Tito Benady tradujo al inglés un artículo suyo, "El General Castaños. El Campo de Gibraltar y su Relación con los Ingleses", para la revista HERITAGE, Revista del Patrimonio Artístico y Cultural de Gibraltar. Más tarde vendrían otras obras como: "Las Calles de La Línea", "Obreros del carbón Mineral en el Puerto de Gibraltar", "Historia de la Prensa en el Campo de Gibraltar", en este libro me confirió el honor de ser prologuista sin yo tener ningún mérito para ello; pero así era nuestro querido Paco Tornay…

Para mí, que siempre estuve atento a sus trabajos, lo más admirable de Francisco Tornay de Cózar es una virtud que merece, con mucho, la distinción que hoy recibe. Tras hacer un cálculo de sus publicaciones y reconocimientos, hay algo que debe destacarse para ejemplo de quienes quedan y quienes están por venir en este maravilloso espacio de luminosidad constante entre dos mares. Me refiero a su tenacidad, al empeño por saber más, al afán de ampliar sus conocimientos en un esfuerzo que le hizo superar circunstancias que no fueron las idóneas. Paco no pudo terminar la instrucción primaria, pero se vio en la necesidad a asistir a clases nocturnas en escuelas privadas. Por esa circunstancia, él se considera un obrero autodidacta, con toda la aureola de liberación personal que sugiere el concepto. Embarcado en esa aventura del aprendizaje, estudió encuadernación y periodismo por correspondencia, entre los años 1956 y 1961. Igualmente aprobó el curso de Auxiliar Administrativo organizado por el P.P.O., en 1969. Por su apasionada afición a la Historia, se especializó en el estudio e investigación histórica del campo de Gibraltar, preferiblemente de La Línea y Gibraltar.

Ese su espíritu de superación le elevó hasta hacerse con las precisas herramientas para conseguir sus objetivos. Y tras la superación y el esfuerzo ante las dificultades, que las tuvo, entregó generosamente sus frutos a un Pueblo que amó sinceramente, Pueblo que también siempre le reconoció como a unos de su más preclaros vecinos. Siempre recordaré a Paco Tornay como un hombre que supo ganarse el afecto con afecto, derrochando sencillez y amabilidad. Yo siempre recordaré a Paco Tornay como un amigo feliz, el que supo ordenar los cachivaches de sus desvelos para llegar al conocimiento de los hombres y mujeres de La Línea en su entorno natural.

En una ocasión le pregunté a Paco por una insignia preciosa que yo había visto en la solapa de algunos concejales y alcaldes. Naturalmente, Paco libro abierto, me dio detalles del tema. También me dijo que ya no quedaba ninguna y que no se habían encargado más. Pero Paco me miró con sus ojillos de buscador de tesoros. Debió adivinar mi ilusión por hacerme con una de esas insignias con el escudo del Ayuntamiento de La Línea y me dijo, como si estuviera hurgando entre recortes y fotografías, que creía tener idea de donde podría tener una. Me dijo: “Tu la vas a tener”. No puede imaginarme, entonces, que la llevaría con todo orgullo en este día en que he tenido el honor de hablarles en esta Casa Consistorial, aunque a grandes rasgos, de un gran linense, digno de todos los honores y de figurar con todo merecimiento en la ilustre galería de nuestra memoria colectiva.


Augusto García Flores, 25 de julio de 2015


12 de marzo de 2015

Bajo un drago

Un drago es cúpula y vientre, gigantesca antigüedad;
de zureo y beso, registro; tacto de hojas y de manos
en primicias esenciales.

En la arisca urbe, retablo; ante el mar, anclada nave;
vegetal pulpo en jardín, en terrena inclinación
de molusco urbanizado.

El ciclópeo tronco entiende a balandros y a gabarras,
a la voz del mar en pisos, a bocinas de autobuses,
y a los fuegos a su sombra.

Es tan vivo el aleteo de los cuerpos por la orilla,
en la playa del latido, como un pecho de paloma
entre ramas de un dios drago.

El hallazgo entre sus ramas, de oro vivo y plumón tibio,
es la savia de ternura que se pierde en la ciudad
por los cauces del estruendo.

El fragante esplendor

¡Alabad el árbol que desde la carroña
                sube jubiloso hacia el cielo!
                                   Bertold Brecht.

Quien con árboles habla, natural soliloquio
ante el tótem viviente, de sus formas escucha
la canción solidaria, la inquietud compartida,
el proyecto de bosques en ciudades soñadas.

Conversar con un árbol en encuentro precioso,
dialogar en susurros y encontrar la palabras
en las hojas escritas, es vital testimonio
con la tinta y la letra de universo admirable.

La esperanza de oírle hace hablar al que escucha
su arboleda interior; se sustenta en guirnaldas
de esa luz generosa que se iguala en los sueños
con un ritmo de pájaros por los mimbres del júbilo.

Se vislumbran los zumos, generosos y alegres,
circular por las venas en caprichos trenzadas;
sólo un caos de testuces en la calma se empina,
un rigor de serruchos y alboroto de hocicos.

La belleza no mira; pero exhibe en sus formas
el supremo esplendor de la mínima gota,
el fulgor manifiesto de la brizna que vuela,
el inquieto valor de lo humano en su jungla.

En su armónica hechura se resume la estética,
del origen legado, de torcaces y azores,
de la extraña vigilia de los búhos en la noche
entre seres que esperan en mitad del tumulto.

Atunara

La alborada desvela su misterio en la orilla,
la ecuación de las barcas con claveles descalzos,
de alhelíes que acechan las mudables mareas
tras hogueras de espera con café y aguardiente.

Se inspiran los barruntos, hostiles o propicios,
en halos de la luna sonámbula en la aurora;
florida en la almadraba la vida se desnuda
tan cerca del milagro de andar sobre la mar.

Claveles por la playa despiertan al albor
de coros ante el árbol cuajado de naranjas
que pinta el horizonte, y esperan con su luz
la plata en colibríes de azules aleteos.

Descalzos bajo el sol, avivan limpios himnos
de arterias que proclaman la sal de su existencia:
legítima heredad de cala y caladero,
la eterna ley del mar en flujo universal.

Las bocas de la sal repiten su abundancia;
las ascuas del espeto despiertan con los brazos
y enseñan al mar ritmos de enjambres animosos
en íntegra mesura y estoica dignidad.

Un cante, entre las voces de duras singladuras,
varado en la neblina con soplos de levante,
navega tras la rosa libérrima del viento
en íntima obediencia de verdes serpentinos.

La bravura se nutre con la flor litoral
y un destino mordido por dientes de rudeza
bajo una astrología de peces y corrucos
trabada a los esmeros de redes y palangres.

Y afina el aire cuerdas en virtud del valor
en la orilla fundado; y la hermosa ecuación
del coraje esencial, de alhelíes y claveles
en la brega del copo con la sangre en el cenit.

A voz en grito

a mi pueblo, dividido e indiviso

Hay voces con las lágrimas espesas y colmadas
de gritos encerrados, errantes por las venas;
su verdad, sin cautela, cancelas saltan, funden
las llaves de las verjas y burlan alambradas.

Son voces agarradas al pecho resistente,
y vientos con reproches que azuzan las gargantas;
de amor encabritado con clavos del vocablo
que rompe los cerrojos con médula de audacia.

Hay voces que se cuecen con sal de las medusas
y besos como avispas con leyes del aullido;
adagios de gaviotas, muy ágiles, muy largos,
que saltan las barreras y quiebran el susurro.

Son voces de altos ramos, de espinas que florecen
con hojas afiladas, desgarros en un grito;
gorriones insumisos que en brava gala rugen
con trinos de pañales o trenos de mortajas.

Hay voces empapadas que a gritos se rebelan,
ahogadas de abandono; empeño en ser abrazo,
en ser clavel sin trabas, no lengua enmudecida,
ni anclado al infortunio ni uncidos al destino.

Yo fui invitado a ser pañuelo, boca y grito
con ojos naufragados en campo de reptiles;
a ser voz de alma en vuelo por cielos salpicados
de aullidos formidables ante ojos de guardianes.

Nadie diga que allí hubo más bandera que el grito
tremolado en la rabia, compartida y aguda,
con su dardos de besos y el recelo en los ojos;
quemazón sin sordina, sin mordaza, con alas.

Nadie diga que el monte no lloró, que lloró;
que lloró el arenal y el salvaje cardillo,
el paisaje y el pozo, y el charol de una tregua
insegura en la brisa saturada de rabia.

Yo fui invitado a ser un barco en el atril
de un mar a boca llena, a un plante desgarrado
en clave de agria lengua, a un cielo a ras del suelo,
a un reto en altos gritos con pértigas rebeldes.

El nombre de mi ciudad

Si tú me dices, Flérida, si nombras mi ciudad
perdida en ramos mudos, sabré alzar colinas
encima de una estrofa tronchada junto al mar;
sabré su nombre oculto, su nombre inalcanzable.

Si tú nombras la calle del sol en que vivimos,
me otorgo a tus hogueras, las piras cristalinas
entre ascuas de palabras, pavesas de tu boca;
veré un silencio en llamas que encienda rosas blancas.

Si nombras nuestra casa, su sombra de claveles,
si abres los balcones al bosque en que nacimos,
del mar siempre seremos, de playas y archipiélagos.

Si tú dices mi nombre pondré helecho en tu oído,
susurros de la lluvia en ramos venerables.
Atiende al suplicante que espera oír su nombre.

A la mar que es el vivir

Los ríos van a la mar que es el vivir
y traen consigo un rastro de hojarasca
con velos y nostalgias de los sauces
que tiemblan por caminos y riberas.

Las calles de ciudades que no duermen,
renacen en la mar que es su destino,
y alientan con la voz de los hogares
augurios de una luz que nunca muera.

Los ríos traen el silencio de los lagos,
de bocas donde saltan los veneros
con sombras que amortaja a la junquera.

Los niños por las calles van descalzos
en busca de las fuentes saltarinas,
campiñas con marinas y violines.


Yo voy por mi ciudad hasta la vida,
en busca de sirenas y amapolas
que vivan a la orilla de cada agua.

Juan Mesa Serrano

Vino, sentimiento, guitarra y poesía,
hacen los cantares de la patria mía...
Cantares...
Quien dice cantares, dice Andalucía.

Así comienza el poema del andaluz Manuel Machado, Cantares. Y así enlazo, con este poema que tanto quería Juan Mesa y era una de tantas reliquias que lucían en las paredes de La Cuadra. Aquél recinto sagrado, tan bien mantenido en la Peña Flamenca Linense, que fue su estudio, su fragua y su bodega. Porque allí meditaba sobre los quilates de los sonidos negros, allí, sobre el yunque de su guitara y el fuelle de su talento, fundía y bruñía los resortes mágicos de la muy alta musicalidad andaluza; allí conservaba y mantenía las profundas soleras del sueño y del desgarro, de la pena invencible y de la alegría triunfante.
Allí, Juan vivía La Línea con su arte, y desgranaba las uvas de una parra inefable, porque el arte de la guitarra no se puede decir, es un llanto y una risa para sentir; que sólo puede traducirse, como torpemente intento ahora, aunque no se trata de eso. Y Juan lo sabía, lo había aprendido desde que era un niño. Su arte era una soledad que se hace multitud en espacios verdaderos. La Cuadra, siempre abierta a sus amigos, entre las soleras de un arte que huele a vino limpio y esperanza luminosa. No es que le arrancara a la guitara la vida que ciega y alumbra, él le daba ese calor luminoso que todo lo ciega y todo lo calla.

Cantares...
A la sombra fresca de la vieja parra,
un mozo moreno rasguea la guitarra...
Algo que acaricia y algo que desgarra.

Sentimiento profundo de un linense cabal, ejemplar por su dedicación al arte inmortal de Andalucía y por su dilatada labor de docencia musical.
Juan Mesa fue un maestro respetado, querido por sus discípulos y por todos los artistas que le conocieron y reconocieron su magisterio. Dentro y fuera de La Línea, afirmó su prestigio y confirmó su amor por el arte flamenco, y por su pueblo. Cuando las grandes figuras del cante actuaban en nuestra ciudad, no dejaban de visitar a nuestro Juan Mesa. Eso lo saben todos, y muchas cosas más que sería prolijo enumerar en esta humilde sempblanza, pues de todos son conocidas sus grandes dotes de embajador y recepcionista. Durante una gira por Marruecos con un recital de Cante y Poesía, apareció un artículo en España de Tánger con un titular: “Andaluces de La Línea”. Y, Juan Mesa estaba más orgulloso con ese titular que con todos los éxitos y aplausos que cosechara… Andalucía, La Línea. Siempre viviendo La Línea, consciente de la vocación del andaluz, que no es otra que tutearse con el mundo entero desde el rincón de Andalucía que le vio nacer. Asimismo, en sus conciertos y actuaciones, por donde fuera, ponía bien alto el pabellón de nuestra ciudad. Su Pueblo, al que tanto quiso y que tanto le quiere a él. Yo le decía que era como la procesión del Corpus, que se va parando en todos los altares; porque, con él, no se podía ir de un tirón desde la Plaza de Fariñas hasta la calle Real; eran continuas las paradas para saludar a unos y a otros… Juan disfrutaba con su gente, y su gente siempre le consideró y le concedió la predilección que hoy se le otorga en este acto… Entre todos los méritos de Juan Mesa, yo considero uno que, aparte de su linensismo, le hace valedor del gran honor que hoy recibe: su dilatada dedicación a la enseñanza. Toda una vida dedicada a tantos niños y jóvenes linenses que acudían a él para recibir la maravilla de un legado cultural. Compartió con todo su hallazgo del tesoro del Alma Andaluza. Sembró y recogemos.

Hay que felicitar a los responsables de tan certera concesión, que a él le hubiese gustado vivir, sin duda. Pero, Juan Mesa ya era uno de los hijos predilectos de La Línea, antes de recibir hoy tan preciado y justo homenaje. No había más que verlo en su salsa, rodeado de la admiración, del respeto y del cariño de sus paisanos. Ahí va un linense de verdad, se decía de él. Y cómo vivía la emoción profunda de ser linense. Una emoción que trasmitía a quienes tuvimos la gran suerte de conocerlo. Pero Juan Mesa no era de esos linenses a ultranza, de aquéllos de nuevo cuño y dudosa devoción. Su amor por La Línea era crítico, como él lo era para su arte. Él le cantaba, por soleares, las verdades al mismísimo lucero del alba. Todos lo saben. Por eso, su amor por La Línea y por los linenses, tenía la dimensión mágica de la verdad. Juan Mesa era de verdad; artista, maestro, amigo de verdad… Linense de verdad. No es tarde para decírselo… Y continúa Manuel Machado en su Cantares, lo que él solía repetir:

No importa la vida, que ya está perdida.
Y, después de todo, ¿qué es eso, la vida?...

En su Cuadra eterna, Juan Mesa, hoy es un ángel feliz enseñándole arpegios y escalas a todos los luceros que se asoman tras los barriles y vitrinas a contemplar a un Pueblo agradecido y feliz por haber contado con un linense valioso y maestro notable del Arte andaluz por excelencia. Y en esta víspera del Día de Andalucía, brillarán con más fuerza los versos finales del poema que tanto amaba:

Cantares. Cantares de la patria mía...
Cantares son sólo los de Andalucía.

Cantares... hoy, rodeado de sus mejores discípulos es el linense feliz que vive en Plaza Fariñas veintitrés, en la Cuadra que aún existe y seguirá existiendo recreada por sus amigos y alumnos. Y con esa alegría nos dirá ahora, con su guitarra en el reflejo de sus discípulos y con las palabras de Manuel Machado: “No tiene más notas la guitarra mía”.

Gloria a un gran linense, Gloria a Juan Mesa.

Juanito Maravillas

A principios de los 50 del siglo pasado, llegó a La Línea Juan García Alcalde, y llegó para quedarse. Nacido en Villaviciosa, Jaén, ya traía puesto el nombre que le dio fama: Juanito Maravillas. Venía curtido en mil funciones por los escenarios de España junto a los mejores cantaores de la época. Traía un don, un privilegio que concede la Gracia a las criaturas que van por la vida cantando. Y cantando, en La Línea desplegó su arte, un arte antiguo y profundo que vibraba en su garganta con los diapasones floridos de su voz característica; con su manera personal de entender este arte nuestro que llamamos Flamenco. Y, aquí con su arte, conoció a Teresa, y con Teresa afirmó los cimientos de una familia. Con su arte llegó y con ese arte permaneció en La Línea… hasta hoy.
Juanito Maravillas vino de una España cenicienta y abatida que, en aquélla época de fritanga y pirriaque, encendía las diablas de un arte monumental en un despliegue por los teatros de toda la geografía; un arte que iluminó durante décadas las vidas y los milagros por vivir. Llegó a una ciudad que, a pesar de los apagones y las estrellas de carburo, brillaba con una luz que la diferenciaba. La Línea, distinta y arrebatadora, era entonces aquélla ciudad que fue la nostalgia de nuestros mayores. La mejor ciudad del mundo, el mejor sitio para vivir. Bullicio, alegría, futuro; y en los claroscuros de la época, chorros vitales a todas horas... Todo lo absoluto que un día se hizo relativo. Aquella ciudad, amante del arte y de los artistas, encandilaba a propios y extraños con un sentido muy peculiar de su existencia entre dos mares, y a la sombra del Peñón. Una ciudad con una gran personalidad, restos quedan, que hizo suyo a Juanito Maravillas para siempre. Y él encontró en La Línea su lugar y su destino. Juan García Alcalde, el Juanito Mantola de Villaviciosa, fue, y es, un linense "con el sol como divisa". Un linense que derrochaba su don y, con su personalidad, vivía el Cante Flamenco; un arte andaluz que en aquél entonces primaba sobre todas las cosas. Entró a formar parte, por derecho propio, de esa amplísima galería de artistas y aficionados linenses; a experimentar este gusto por la vida y ese derroche de sal, alegre y viva, que destilaban las calles de La Línea; y que fue la admiración de los vecinos y de aquellos que se acercaban imantados.
Si Maravillas venía de la alta escuela de los Pavón y de Vallejo, de Marchena y Valderrama; desde la pontifical Villa Rosa entre grandes figuras del cante, del baile, de la guitarra, vino a quedarse en La Línea, a ser linense. Desde las tabernas y tablaos, desde teatros y plazas de toros de toda España, desde reuniones de cabales o profanos, hasta las recogías en el Tánger, o el Chiquilín, o el Agua Pato. Alternaba sus giras por toda España con las estancias en La Línea, en su casa, en su pueblo... Cantando por su pueblo, participó en innumerables festivales benéficos en el Parque o en elTrino Cruz… Abundaban artistas, y aficionados, que compartieron escena con Juanito Maravillas, entre otros Brillantina, Paco Torrejón, El Terry, Agustín Pol, Manolo el Chófer, con la guitarra del maestro Vargas, de Juan Mesa; además de las actuaciones de elenco en el Amaya o en el Cómico, en funciones que eran muy frecuentes entonces con los artistas más prestigiosos del planeta cantaor.
Si Maravillas traía en la médula a sus maestro vivos, Marchena, Valderrama, El Pinto, El Mojama, y tantos estilistas del fandango que pululaban por aquella España de tronío y penuria, de descorche y señorío; aquí se encontró entre artistas de gran solidez como Chato Méndez, La Paca, Los Jarritos, y El Chaqueta al frente de su corte de sabios del Cante… Y con un Dominguillo, nuestro Domingo Gómez Sodi, que le fue arrimando letras como quien va echando ramitas de romero a una hoguera que no iba a consumirse jamás.
Maravillas conocía todos los palos del flamenco, había escudriñado y llegado a la almendra del Cante, unas veces dulce y amarga otras. Conocía los registros musicales del flamenco, no le faltaron los mejores maestros. Ni detractores que consideraban al fandango como un arte menor, un cante chico. Esos aficionados, buenos sin duda, cabales sólo por sus preferencias, que buscando la grandeza del Cante no oyen la grandeza de quien lo canta. Yo he tenido la suerte de oírle cantar por “to lo jondo”; él conocía los estilos y las maneras de los pontífices del cante. Juan, nuestro Juanito Maravillas, tenía un talento musical que sólo otorga la Gracia a sus hijos más queridos. Se paseaba por la calle Real con unos Tientos o con una Seguiriya, con Tangos o con Soleares, lo mismo que hacía galas por toda España con Vidalitas, Milongas, Guajiras y Fandangos, “jondos” o ligeros, esos llamados fandanguillos que tanta fama le dieron. Pero el Maravillas, desde su talento chispeante, sabía cuál era su cante y encontró su propia dignidad. Cumplió con el deber sacrosanto de todo artista: Buscar hasta encontrar su propia voz y sustentarla en su estilo. Lo mismo que encontró en La Línea su escenario más grande, el de la Vida ante este milagro de claridades sonoras mirando a los mares, aunque sea de noche. Entre sierra Carbonera y el peñón de Gibraltar, iluminado con este cielo y con la calidez de la acogida linense, elevó su personal edificio musical. Y elevó con su Teresa, y con sus hijos Dora, Concha y Juan, un recinto afectivo, un refugio tras la constante y a veces dura briega con los imponderables mihuras que acechan en las esquinas y reboticas de cada actuación. Y aquí, entre nosotros, disfrutó del respeto y la consideración en la misma medida que él profesó por La Línea y por su gente. Esa combinación perfecta no podía fallar.
Es de justicia que su memoria se vea glorificada hoy con este honor. Juan García Alcalde, nuestro Juanito Maravillas, se sentiría gozoso. Habrían acudido aquí, con nosotros a este salón de plenos, todos los grandes artistas que en su mundo fueron; salidos de los rancios carteles que ilustran la historia del Cante, para rendirle homenaje y reconocimiento. Y él, con su voz de hedonismo exultante, henchido de alegría, nos dedicaría un cante eterno con el melodioso prodigio de los ángeles que saben cantar los cantares de Andalucía… No sin antes exclamar su grito jubiloso y vitalista:
¡Que aquí no falte Gloria! Gloria a ti Maravillas.

Despobladas auroras

Resplandor y silencios. Una calma de erizos
primitivos e indóciles en desnudo adorable,
un rescoldo de plomo sobre andamios de pétalos
y un galope de brisa sobre el alma del brote.

Nada más necesito que tu cierta mirada,
otras horas vendrán del primor de tu cuerpo
hasta el charco de estrellas en la noche del gozo
con trompetas y címbalos de azucenas hambrientas.

Al regazo dorado llegará el dulce rayo,
a esa sombra de mimbres y agrupadas sortijas
que precisas me llaman hasta albores y nieblas
desde gritos combados en un cielo salvaje.

Y tu voz de sirena, caracola celeste
de bruñidos acentos, pintará la ternura
de azulejos marinos con delfines y conchas,
despobladas auroras por mi playa en la espera.

Voces ácimas

a D. Solomón Seruya,
y a la comunidad sefardí de Gibraltar

Sueña el gris descifrar cábala y canon,
la alquimia de la voz del universo
prendida en candelabros de promesas,
entre libros sagrados y un destino.
Lamento y gozo en cantos de masora
salvados con semillas y candiles.

Son los huidos rubíes del patrio acervo
en este oasis de luz y pie nativos;
en la gris geometría, sangre en diáspora,
la historia y la esperanza en sus veneros
con luces de su estrella inextinguible.
Esta amalgama gris es su morada,
su regazo y refugio despejado.

Solamente sus hijos en vigilia,
el ave que en sus ramas hace el nido
y el romero que viste su esqueleto,
verán la plenitud de sus racimos
aunando uvas y agraces, luz y sombra,
cuando alcance el idioma su frescura,
madure la concordia en las viñas
y ofrezcan manantiales al desierto.

Doradas y grandiosas las trompetas
suenan demoledoras de murallas
con aromas de gálbano en aljibes
que riegan la certeza de la sed.
Pero si logras ver en sus señales
la antigua herencia al son de su macor,
verás las cicatrices del estigma
por el celoso rito del su ley.

Han oído la voz ácima en versículos
ante el altar sagrado entre dos mares,
y al cantor en cerrada geografía.
Han oído el cataclismo, sus rigores;
la airada turbamulta de la cólera,
arquivolta vibrante en la memoria
con voces en rescoldos y pan dulce.
Han oído por las plazas de la mar
a músicos que tocan ante fuentes
al caer la tarde lúbrica y descalza
en incendios con mechas de holocausto;
y el corazón a toda hora vigía
con tiara terrenal y vasos puros.
Han oído y aprendido, han afinado
las luces del destierro y sus cristales
con diapasones vivos en la aurora,
en oriente iniciados y entre enjambres
con las ceras y mieles de armonía
bajo el sol de este gris en menoráh.

Han visto al sol bailar su danza orfebre
hasta dorar la copa del chaparro,
cuando un poniente de agrios naranjales
revive las hogueras ya extinguidas.
Han visto sus sortijas y sus broches,
sus ajuares, sus libros y palomas
esparcidos con armas y banderas;
la mirada en pavesas, roto el salmo.
Han visto al Justo sol abrir sus ojos
para honrar a los hijos de la arena,
expósitos inermes en la orilla,
hermanos del repudio, y en su mapa.

Aquí, en el gran confín de Sefarad.

Mar del deshielo

Viene el mar con naufragios de baladas.
Trae un relincho de quillas y tridentes,
y la fiebre del mundo en su galope
con veneras y aguajes del bajío.

Trae gargantas y voces de atolones,
con la furia rugiente de la espuma,
trae los pies y las manos de galernas
con idiomas en sartas de corales.

Viene el mar con sus olas y sus cascos
a la orilla que el bosque le permite,
a inundar con escamas la ciudad.

Viene el mar a las fuentes de agua dulce.
Viene el mar, tras besar la boca al hielo,
a besar en la boca a sus ciudades.

Invocación

Invocar un refugio en la ciudad
es buscar en mitad del laberinto
el latido sereno y sus señales;
es soñar con perdidos bosques claros.

Es flotar entre tu íntimo ritual
y sentir como el mar lame tus luces;
reencontrarse en la esquina con la rosa
bajo un cielo arañado por espinas.

Es brindar con tu vida al infinito
sin portales ni abismos de escaleras;
resistir ante euforias de ascensores.

Entre torres volar con los delfines,
caminar sobre el mar, nadar por calles
entre pájaros, peces y viviendas.


Invocar un albergue por los parques,
en mitad de la plaza o en la playa,
es vivir con claveles ciudadanos.

Silencio de los héroes

Si se encuentran los héroes no se hablan,
expresan con miradas soledades
de un tiempo pasado que exigió
renuncia, sacrificio o cautiverio.

Se dicen en silencio, entre otras voces,
los hechos dolorosos que han vivido;
reflejan en sus canas viejas huellas
fijadas en sus caras: la amargura.

Les duele aquel dolor que les movió
atentos al mandato de su moldes,
y saben que su lucha nunca acaba.

Aún contrastan las armas insumisas
que queman en sus lenguas soñadoras:
sus palabras en tiempos de violencia.

Sostienen en un cómplice silencio
que el mundo se recrea en su laberinto,
e insisten en su sueño interminable.

Una brizna de hierba

Más allá del verdor, del color sosegado,
más allá de las copas en la urbana intemperie
y del verso que implora de los bosques el símil,
los insectos acechan con segures de hielo.

Cualquier árbol, sin pies, por el mundo camina

siempre atento al silencio de criaturas cantoras
que en las selvas habitan; no se calla ante el fárrago
de mecánicas prisas, ni se pierde en su orden.

Que tus pies busquen alas y tus manos las raíces

de los fustes del sueño. Que en lo yermo encontremos
el fulgor de la vida con palabras frutales.

Que mis pies no se hundan en asfaltos baldíos,

quiero ser una brizna de la hierba constante;
en el aire, una gota que la lluvia me preste.

Calafate de rosas

Desde un eco de Dolors Alberola

He visto tantas olas que ya no sé sus nombres
y los esbeltos faros son mis ojos       
que en la noche ven crótalos, tan limpios
como un día de poniente y rosa en calma
con vuelos de gaviotas por flecos de las luces.
Claveles y olas verdes tras niños que se elevan
con cantoras cometas y barquillas de corcho.

Sigo buscando un bosque de agua dulce,
el manantial de sal y caracolas
que ilumina la tarde, ya perdida
por azules del cielo y en los labios del mar:
la rosa terrenal que nada entre las islas.

Me acercas a mis playas, mareas vivas renuevo,
reflejas en mis ojos la luz recién nacida.
Aún existe un tiempo varado en la azotea,
perdido en bulevares y orillas lubricanes,
malecones de ratas y de astucias,
marinas enfermizas con humos y alquitranes.

La luz del mar existe, persiste entre los niños
descalzos como peces, y  en labios de la sal
entre espumas y redes, desnudos los claveles
del pecho en arreboles; vidente calafate
que nombras a las olas y a mí me traes sus nombres. 

A José Mauthausen


Mi cuerpo es una inmensa noche helada,
apátrida en equinas de mis venas;
aún chorrea el terror sobre mis días
y siento otras torturas en mis huesos.

Heridos en el fondo de la escarcha,
mis ojos son espejos que no olvidan
la bóveda en cenizas de amapolas,
la vida salpicada por las piedras.

Conmigo compañero en el infierno,
mi padre a mi costado habla y tirita,
quebrada su voz última en la nieve.

Junto a él labré escalones en mi carne
tatuada de exterminio; y no salimos:
ya no éramos nosotros los que entramos.

Fue el llanto nuestra patria,
sus águilas bebieron nuestras lágrimas.