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22 de agosto de 2002

JGM envía postales a FGL

                                                                              a propósito de “La sonrisa del sándalo”

                                                                                                 de Juan Gómez Macías abril, 2002

Desde el alero boquiabierto,
pestaña de un cielo dubitativo,
bajan guirnaldas pacíficas y magistrales.
- alternan onduladas muecas de llanto y risa
con sándalo ritual de flor y légamo -

Desciframos las partituras
del silencio amado por los músicos,
indagamos por la cacharrería de los albores
tras un gozo de armonías diáfanas
y crótalos cantables.

El cieno reconoce el temblor del pétalo
en la aurora que él nos enseñó,
jubiloso de espliego y toronja cristalina,
con la blancura pequeña
que aureola de jazmín los hemisferios.

Que bajo el lodo florece la rosa,
lo sabemos,
entre sorbos de espera enhebrada
con la plata de un saxofón en alerta.

El sigilo trotará fiel al escándalo del oropel,
falso metal que miente y desfigura. Siempre.
La idea despierta a sus eternos torrentes y vuela,
siempre,
en racimos llevados por palomas,
manos oferentes de un vino humilde
y generoso en copas de espinas en concordia.

Nombremos a cada instante por su nombre
hasta perder el eco de los nuestros
como los jilgueros que se abrazan a una estrella
por el vientre sin caminos de los fangos.

El incendio del olvido alumbra huellas
por las ramas de un noviembre florecido.
Siempre huirán los grillos del metálico sonsonete
al borde del confín de los arpegios
que inmolan la pulcritud del equipaje.
La silenciada zumaya ausculta
el abandono encubierto de un Víznar mutilado.

Di a Federico que nos une apuntalar la idea
amenazada por la ruina de siempre;
pero que designamos la eclosión de la rosa
en la hora precisa de los lirios
bajo la ceñuda algarabía
cegada con charoles de alma ausente.
Dile que está la espina concitada
a entender el latido de las rosas
blancas,
siempre blancas de exactitud sin fronteras
en manos limpias entre el lodo.
De eso se trata.

Él te oye, tú sabes hablarle;
dile que no hay expiración yerma,
que su aire final asiste a los suspiros de hoy
con la infalible fragancia del alba
entre rosas nuevas y desgarros inevitables.

                                                                              Guadalmesí, núm. 24 - octubre 2003