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14 de noviembre de 2010

LA PEÑA FLAMENCA LINENSE

En La Reja, un bar frente a la Plaza de Toros, en tertulia de aficionados al Cante, se funda La Peña Flamenca Cultural Linense. El grupo de amigos que la fundara se ubica en un local del Paseo de Andrés Viñas, en una nave cedida por el Ayuntamiento, era el año mil novecientos ochenta y uno. Sin precisar motivos, se efectúa una mudanza: se trasladan, con los discos y las fotografías, a la calle de San Pablo, en los altos de la Jerezana. Luego se instalaron en los locales de “El Halcón”, sociedad de cazadores de rancio establecimiento en la ciudad. El peregrinar, que parece ser connatural con este tipo de entidades, se ha detenido en la calle del Rocío. Allí está su sede canónica (por lo de los cánones, ya saben) desde mil novecientos ochenta y uno. Diez años de recorrido por la ciudad hasta asentarse, es un ámbito familiar. Recinto intimo, pero de grandes dimensiones en lo artístico y gran proyección del sentir flamenco linense. Sus figuras emblemáticas: Chato Méndez, cuyo estilo ha impregnado a las grandes figuras del cante flamenco; El Chaqueta, de gran resonancia en un arte flamenco que no tiene fronteras; y algún que otro que, sin haber podido desarrollarse por una u otra causa, han dejado entrever un potencial artístico y facultades precisas. Sea este indefinido símbolo, este monumento al artista anónimo, el que agrupe a toda la afición de La Línea, al menos así debe ser. Esta agrupación cultural se une bajo un lema, “Defender, Mantener y Divulgar el Arte Flamenco en sus expresiones de Cante, Toque y Baile”, que es bandera y consigna de una lucha por un arte que no puede vivir sin mantener sus raíces frescas y libres de contaminaciones. Difícil y hermosa tarea.

DEFENDER

En algún caso, se lamentan, no ha faltado quien les haya reprochado un exceso de exigencia y de un exclusivismo en cuanto a sus preferencias. Se defienden, aduciendo que el rigor está fundamentado en la defensa de una calidad imprescindible para la correcta vida de una Peña Flamenca. Entienden, y no creo que se les pueda reprochar nada, que la mejor defensa de nuestro arte es defenderlo de los despropósitos, de erróneas conductas, de ligereza en las ejecuciones. Están, me insisten, intelectualmente opuestos a la desproporción entre la calidad y la difusión de la que adolece una mala comercialización del arte. Un arte que, como en su desarrollo se hizo tabernario, sabe donde están los obstáculos, el tratamiento menos conveniente. Además, porque ya ni las tascas son lo que eran y, sobre todo, porque “el que no huele a canela y a clavo no sabe distinguir”, que decía Pastora Pavón, con su talento de estirpe. No es mala idea recordar la taberna como escuela de vida y maneras, algún provecho habría que sacarse; pero son otros los cauces de su desarrollo en la actualidad. Y se pretende distinguir, hacer escuela, hacer cultura, y cultura andaluza. Insisten en que sus objetivos están relacionados con su formula de tres puntos. Saben que la mejor defensa es insistir en una calidad tan elemental como imprescindible. Esa actitud les ha conferido el reconocimiento de otras peñas y de los buenos aficionados de toda Andalucía. Gozan del respeto de quienes celebran su actitud como benefactora de un arte entrañable. Así pretenden continuar una función de defensa de lo nuestro, en este caso nuestro arte musical. Elemento cultural de primera línea que nosotros mismos, con nuestros hábitos contaminados, no potenciamos precisamente. Arte sagrado para quienes quieren ver en él valores atávicos con vocación de futuro. Su defensa, mantienen, es el eje de la tarea para mantenerlo y difundirlo.

MANTENER

Esa manifiesta defensa implica un especial cuidado, no sólo con las formas musicales, sino con las más elementales actitudes. Se diría que es una delicada labor que requiere unos planteamientos de entrega por parte los artistas que acuden a su cátedra. En ello están implicados y empeñados. Alguien dijo que para amar un arte hay que amar a sus artistas. Francisco Pérez, su actual presidente, me habla, entusiasmado y respetuoso, del gran tesoro que en la ciudad se esconde; el mejor arte, dice, entre los aficionados cabales que huyen de la exhibición. Grupos, familias, que mantienen en sus recintos íntimos la llama de los mejores estilos y de la seriedad creativa. Cuenta, y no acaba, de cómo ven fluir valores esenciales en la conservación de nuestro arte milenario. Desde la Peña se esfuerzan en animar y lanzar a artistas que cuenten con las dotes esenciales para el ejercicio de un arte que se hereda, y que también se enseña. Debemos añadir que, en La Línea, son varias peñas flamencas más las que se esfuerzan por mantener vivas las inquietudes y aficiones del flamenco, y, al parecer, todas parten del mismo eje e iniciativas.

En un ejercicio de mantener vigoroso el arte, se han esforzado en lanzar a artistas que han obtenido considerados premios en sus actuaciones fuera de la ciudad. Triunfos que no sólo han reportado beneficios artísticos a ellos, sino que ha sumado prestigio a la Peña y nombradía a La Línea. Ellos, en la Peña, entienden por mantener, cómo cuestionarlo, que la enseñanza es fundamental para conservar vivo un semillero que, con esmero y autentico amor, promete frutos a su debido tiempo. En la Peña cuentan con buenos componentes para cumplir con este sagrado deber, su presidente así lo asegura sin ocultar su admirado reconocimiento a todos ellos. Es de suma importancia, dicen, ajustarse musicalmente a cada uno de los estilos de la variada gama de los cantes, los toques y los bailes. Puede que la grandeza de este arte radique en conducirnos desde la honda sensibilidad, que no conoce medida, hasta la emoción más inteligente, que lo tiene medido todo. Desde luego nadie podrá negar al Arte Flamenco el genuino sentido de la gracia, o si lo prefieren del equilibrio armónico.

DIVULGAR

Para cumplir con el mandato de difundir el arte musical andaluz, estos amigos, de antiguo amigos, se basan en actuaciones, en la convocatoria del Concurso y en la Escuela. En su día fue oferta educativa. Tienen muy claros los objetivos y las materias, los programas y los contenidos. Las alusiones que me afinan hacia el mundo de la oficialidad administrativa, a los despachos de las subvenciones y las programaciones, no es baldía. Reclaman más atención, dicen que en algunos casos ni existe; lo requiere una labor como es la de las peñas flamencas. La formula es tan sencilla como eficaz: un cantaor, un guitarrista, o unas grabaciones, y un comentador que inicia sobre el sentido de los tonos y los ritmos. La atención y la asistencia voluntaria son claves para afirmar la aceptación. Los más jóvenes, los estudiantes, asumen la riqueza de nuestro acervo cultural de manera práctica. Vienen a descubrir el arte del flamenco en su vertiente más limpia y creativa. Se enseña a escuchar, que en el mundo flamenco es fundamental, y descubren algo con lo que se convive en muchos casos. No deja de ser chocante, muy chocante, que tengamos que hacer misiones culturales en nuestra propia tierra andaluza e instruir sobre nuestra manera de expresar las verdades vitales. El que quiera entender que entienda; pero siempre hubo contaminación cultural.

La experiencia en el Centro Social del Junquillo fue alentadora mientras se mantuvo. Lástima que no continuara su ejercicio didáctico. Se empezó con una asistencia, voluntaria, de veinte alumnos y por un periodo de tres meses. El trimestre se convirtió en dos años y la concurrencia alcanzó el número de setenta. De entre ellos han salido profesionales del flamenco, no está mal como experiencia educativa. Y se ha logrado un considerable aporte humano, en cantidad y calidad; aficionados que saben estar, escuchar y asistir al desarrollo creativo de unas formas que parten de las músicas populares.

La pregunta es de un elemental que roza lo ingenuo: cómo, a partir de tan ricas experiencias, no se ha constituido ya en nuestra ciudad un Aula de Arte Flamenco. Es una invitación formal a la reflexión: deberían plantearse la vuelta a las aulas.

En cuanto al Concurso se sigue manteniendo porque entienden que es una de sus mejores muestras para conseguir los objetivos que se fijaron desde su fundación. Se ha cumplido la decimonovena edición desde que lo abanderasen, allá por el año setenta y nueve en que se inició. Esperemos que se cumplan los cien años de éxito en todos su propósitos.

La Línea Cultural,