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27 de febrero de 2003

Punto Ribot

A vueltas con Punto Ribot

Empieza a preocuparme esto del Ribot porque me temo que se esté convirtiendo en mi manía obsesiva. Pero, como no creo que nadie elija sus manías ni sus fobias, al menos no en mi caso, tendré que asumirla para rechazarla o acostumbrarme a vivir con ella y rodeado de quienes la provocan. Estos suelen ser personajes que van y vienen, de confuso estilo y maneras de hablar; cierto es que son contumaces y de una tenacidad tan fastidiosa como efímera. Si no consigo organizar mis temores tendré que pensar muy seriamente en acudir a mis amigos psiquiatras; algo que no creo que ni ellos quisieran de buenas personas que son. Lo cierto es que cada vez que oigo Punta en vez de Punto Ribot siento una enorme descarga de no sé que especie. Es una misteriosa corriente que me electriza, aunque no me paralice. Efecto este que, en una ciudad de ambiente tan enrarecido como La Línea, se multiplica. Algo así como lo del efecto térmico o como el ruido y el mal olor de las alcantarillas que van a más.

Pero uno tiende a defenderse de sus propias manías aún sabiendo que los autodiagnósticos vienen a ser algo así como una automedicación; ya lo sé. Quién no se toma una manzanilla, de las de infusión digo, como panacea de todas las molestias digestivas. Pues como algo parecido, como si fuera un remedio de la abuela, me dispongo a sanearme el coco cuando alguien, que debería decir Punto Ribot, dice Punta. Y no es por la simple corrección del idioma, que puede llegar a ser maniática como bien se sabe por los casos que hay. Si me guardan el secreto he de decirles que me temo algo de más calibre, algo así como una falta de consideración a nuestro entorno, a nuestra cultura, a esta manera nuestra de llevar la vida, vamos que no son de los nuestros quienes así hablan. - Algún día, si me lo permiten, les diré cómo entiendo eso del lenguaje, la cordura y la vigilancia ante los desaprensivos que avasallan de tantas maneras.- Y, la verdad, esto crea un cierto grado de desconfianza. O tal vez sea que uno es linense de siempre, no de nuevo cuño, y siempre estuvo orgulloso de ello. Siempre.

Es indudable que lo nuestro, lo del Ribot, es Punto, es decir, un sitio o lugar; acepción catorce en el Diccionario de la Real Academia. Mi obsesión se vuelve compulsiva, y próxima a la crispación, cuando, en un alarde casi heroico de condescendencia, dejémonos de modestias, me pregunto por qué les dirán Punta; incluso así lo escriben ellos. Insisto en que las excepciones son bastantes; hay buena gente, noble y concienzuda, que lo es tanto aquí como de donde quiera que vengan.

La verdad es que no sé que Punta verán en el Ribot, pues lo que se dice punta... punta no hay. Y, como tengo que tragarme la tisana para continuar con aire funambulesco por estas apartadas y olvidadas tierras, caigo en la cuenta de que esos puntos filipinos no hacen otra cosa que evidenciar su malversación de intuiciones sobre nosotros. Es entonces cuando noto los alivios del placebo y suelo ver algunas cosas con cierta claridad. Es alarmante que gente que llega, y seguirán llegando, a nuestra ciudad ignoren nuestra elementalidad en su pureza; que pretendan de un vistazo, ante unas fotos amarillas y tras un garbeo por el Real de la Feria entender toda nuestra andadura y desandadura, nuestra perdida alma y nuestra pretendida igualdad con el mundo que nos rodea, nuestras muy justas aspiraciones resumidas en un pispás. Lo malo es que haya quien tenga motivos para creerse que es así de fácil y, mucho peor, que haya quien les siga aunque sea la corriente.

Cuando llego a este punto me consuelo y se disipa mi temor de incurrir en manías obsesivas. Recupero un cierto estímulo al pensar que no es que vea en esto sólo un error idiomático sino que hay algo más profundo en lo que se dice y en cómo se oye.

Europa sur, 27 de febrero, 2003

4 de febrero de 2003

Tremolea, Juan, tremolea...

( Trémolo por Juan Mesa)

Hoy, el viento de poniente, genio y figura, arremete en vendavales, despeina las notas y compases de toda música. Hoy viene, Céfiro disparatado, a enredar las cuerdas de las guitarras. Antes era el aire de levante el que las complicaba como pelo de bicho hirsuto; antes, cuando la Soleá enloquecía de mirar hacia poniente, de tanto pensar en el cruce con esta terca seguiriya. El tablao del ocaso, en esta hora, nos empequeñece, amigo; a la muerte que aún no conocemos tú le has puesto los últimos arpegios. Desde la Plaza de Fariñas - surtidores y palmeras - se ve Ronda, Ronda flamenca, la que bella duerme un sueño de bandoleros y venteras, la de las Rondeñas y Serranas de amor y huída. Huir buscando el Poniente... Lo nuestro es huir tras un sol que se apaga y que no muere. Quisiste llevar a tu ciudad hasta el tajo hondo de tu música y no todos entendieron el tono que te horadaba, que te empujaba al abismo donde se ha compuesto esta seguiriya que hoy embiste desde poniente. Quedan tus reales en esta playa y en esta plaza con un aire solista de entreacto. Tremolea, Juan, tremolea...

Hay patios que no mueren, que pueden más que la piqueta de este inútil, miope, sordo mundo. Qué sabe nadie. Si supieran escucharían el trémolo, endecha sesgada hacia la definitiva cadencia. Hay patios y rincones y enredaderas y gatos. Hay muchos gatos que con sus gatas maúllan a una luna, espejo muerto, que canta una plata de Romeras y Cantiñas por el luto de una orilla de diminuta nácar, de hierbabuena y una copa de solera. La luna que busca fraguas y perseguidos, la de los corazones solos en la hondura, duerme amortajada en un rincón de un patio, de una plaza, de una ciudad bien amada y abandonada, digan lo que digan los palmeros del guirigay. Acudían los chavalillos a tu tañido arrinconado al sol del patio que ya no se ve, con los sueños en los ojos, en las alas. Con el corazón en las manos y el alma cantándoles en la boca, más admiración que sonrisa, más sed que agua clara haya, asistían, como tantos maestros consagrados del arte andaluz hechos amigos, para encontrase con los borbotones derretidos desde las nieves hasta los jardines de araucarias nocturnas que, en tu corte de Fandango y Policaña, fueron diáfanas a toda hora. Casi ángeles, antes del descalabro de crecer, venían los niños y niñas linenses como jilgueros a buscar gotas de agua, de agua de beber. Y se bebían un estanque de aromas de nostalgia y de futuro. Antes había futuro, y se palpaba; cuando en el sol del patio las abejas invisibles hacían miel de Andalucía, de la que sabe a romero y a la flor del pensamiento. Aún zumban... E insiste la seguiriya por los contraluces de la estancia, estudio, jaula, estuche, vitrina y baúl que ya no existe, que cayó primero por no ver este momento, por no hundirse de dolor y seguiriya el día en que tuviera que velarte, amigo, maestro. Hay patios que prefieren caer antes. Por no verlo. “¿Es esa la seguiriya de Vallejo? : ‘Están tocando a misa en San Agustín’ Sí, pero aquella Malagueña de don Antonio Chacón” Tremolea, Juan, tremolea...

Bajo la espadaña señera y ante la pila de tu bautizo suena un aplauso litúrgico... Aplausos al artista, por bulerías al golpe, y por Padrenuestro al amigo que no se ha ido. Hay ángeles del mundo que dan voces por “La Cuadra” eterna, gritos por un firmamento a compás, con mucho compás y taconeo de aquella Lola del Cómico... Tremolea, Juan tremolea... De un coro de ángeles - cabeza de oro y diapasones de nardo - ha salido un ángel solista con una guitarra en la mano. Tiene limpia la sonrisa de un domingo de piñata de hace muchos años, su alma de cantiña y tango le clarea en la mirada, tiene el halo de quien ya ha aprendido ese compás, ese arpegio, ese trémolo secreto que es puente y es barco, que es caballo y es vereda, que es nieve de suprema blancura en la alborada de los cabales. Ya se va el amigo con el coro de los ángeles - es una panda de verdiales – entre nubes y aplausos que nos devuelven al gélido momento. Es un crudo oficio que se esperaba, pero que se ha consumado... tan temprano; como un trémolo en desvarío, como un sostenido en que las culebras de los duelos se agitan en sus nidos, galápagos ramplones con un arte sin pellizco. No sabrán mantener tu legado de desvelos. Mientras tremoleas, te oigo decir como decías: “Quien quiera entender que entienda” Y, mientras te ausentas, tú y tu solo, un salto de reptil, y su veneno, hacen acrobacias profanas en mitad de un silencio por seguiriya.

EuropaSur, 4 de febrerro de 2003