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27 de agosto de 2007

Ante un espejo

Traído de algún oscuro espejo de los años setenta

(Cuando, a cierta edad, no tienes espuma de afeitar.)

Te veo llegar apaleado entre la corte
de las desventuras que cultivas, a ratos.
Yo sé, lo sabes. No trates de engañarme.
Me esperas en el espejo, cegado por ti mismo.
Tu torpeza ahoga mi inútil protesta,
un lamento de dignidad te ennoblece;
pero tú me invocas en medio del silencio
con una cantinela sostenida por inercia,
Ante ti la puerta herrumbrosa de tus ideas
de pronto abierta al terror de brisa fresca.
Como siempre, no recuerdas si la abriste.
Nunca lo haces. Prometí no compadecerte.

Esa es la puerta de tu soledad, recuerda,
la que da al vacío, al necio que eres.
Vacío entre tus libros, tu música,
la tos de nicotina y alquitranes,
el alcohol evocador del efluvio suave
de muchachas, arboledas y marismas
que inundan tus esponjosas horas.
Reconoce que aún aspiras el aroma
del bosque que te ungió pajarero,
orgulloso ojeador de revuelos y trinos,
caracol volador tras ídolos de alcoba
utópicos bajo pinos y Sonido Liverpool.

Desmán, renuncia, desdén, polvareda,
secas flores en vasos de brebaje y olvido.
Las miserias asoman picos y garras
por los vagos pliegues de tu quimera,
ascienden por las sábanas insomnes
como los monstruos del atroz delirio.
Tu acierto, imbécil, fue no tocar nada
ni mirarte en el perezoso hechizo;
vivir del aprendizaje sin renunciar al asombro.
No se salva quien no nada. Flotaste
en las aguas que ahogarte quisieron.
Resiste como perro que nada en el escozor,
gruñendo de recelo, ladrando un equilibrio.
A veces me sorprendes, pero dura poco.

Sólo entre las sombras reconoces tu voz
y el nardo que se hace mortal entre tus dedos.
Hiciste bien al ordenar las hojas sueltas,
preguntar a tu máscara, en qué idioma;
palpar planes relegados, con qué derecho;
buscar la salvación en tus poetas, a buena hora.
Alguno de ellos te preguntó por qué te callas.
No lo sabes. Tú ya no me conmueves. Eso digo.

Espero de ti el acierto de recomponer tu historia,
no cubrir el hueco por donde ves estrellas,
no cerrar por donde cruzan trenes, barcos, aviones;
por donde entra la luz, la lluvia de hoy en día
y las venturas que pusiste a orear a oscuras,
ante el espejo, bajo el roto techo, cuando te afeitas.

Yo sé, lo sabes. Tu única posibilidad es la puerta.
No enciendas, sal, vete. Cierra y llévate el espejo.
Te ruego que no des un portazo. Es tu estilo.
Qué haría yo con los cristales rotos y sin espuma.
No quiero volver a verte. No acudas si te llamo.
Sólo... si recuerdas que eres un hombre amado;
que hay brillos que te brillan, voces que aún no oyes.
El aire está ahí, la parte de azul que te sueña,
Tienes algo que hacer con tus retazos de brisa.
Algo que yo no entiendo. Eso también lo sabes.


Gracias a Dolors Alberola, a Domingo F. Faílde por sus palabras,
al Aula "José Cadalso", y a los compañeros.

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