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25 de agosto de 2009

Madrugada de Feria linense

En la Plaza de Fariñas las fuentes se han vuelto locas.
Una guitarra sin cuerdas, como una palmera sola
en la calle Carboneros, por soleares se entona
entre arpegios de unos gatos y el zureo de unas palomas
cuando un coro rezagado pasa al son de palmas sordas.

Neblina y luna, la carne, sueña con chales y rosas,
con escotes los jazmines, y con claveles la boca.
La lengua en su fuego es menta, le habla a la calma jonda
de las mejillas del mar. Pone rosales la aurora,
y esparce por la ciudad una brisa fresca y roja
que se engalla en La Atunara con malvas de flor sonora.

En la tibia madrugada, desflecada y cansada hora
en que se hunde la voz y las miradas se ahogan
sobre el reflejo marchito del poso en la última copa,
cuando el conjuro del patio se abre en la garganta rota,
la tenue luz balbucea sobredorando las sóforas
y le ofrece a los cabales arcos de palmas y sombras.

Sobre un trazo de Mañasco danza una miel con toronjas,
agrio y dulce, yunque y raso, los perfiles de una copla
con trémolos de canela a mi reina Salvaora.
Y es la brisa de poniente la que baila, canta y flota
en alboradas de julio tras velar junto a las olas,
y en memoria de Juan Mesa con ramos de verdes hojas.

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