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22 de mayo de 2003

Lo nuestro es subir, otoño

                                          A propósito de “El exquisito cadáver de la rosa”

                                                                   de Juan Emilio Ríos Vera. Mayo, 2003

Antes que la voz fue el aire
enamorado de luces y olores,
eterna médula multiplicada
por las frondas de pasión y cordura
hasta el espíritu de las cerezas
cultivado en la nieve florecida.

Todo asciende y todo trepa
por las escalas gloriosas de abril
y las mayas mañanas del aroma,
sí, hasta la fragancia hija del color;
pero lo nuestro es subir, otoño,
por lianas en flor hasta los cielos,
por la enramada vida en la clausura
que valerosa nombra a cada cosa
con su aire de rosa o de espina.

Nunca hubo exceso en el silencio
ni en el feraz licuar de las voces
desde el pétalo innombrable
al rusiente verso de voz en brotes.
La lengua que ha de ser tierra
extasiada a la rosa flor proclama,
terrena y desnuda de quimeras,
pero cuerpo celeste de rojo andariego.

Nada sobra en el cuerpo del aire,
nada falta en el cerebro jardinero
que sin ser arriate ni maceta
se nutre con la gloria en desmesura
del aliento enamorado de la vida.
Busca el idioma esencia entre las hojas,
hace coronas de laurel y genio.
Sólo buscando el nombre exacto,
intelijencia,
escrutamos por los estrictos ramos
nunca por la esencia en pálpito y alerta
con el presagio de quien ve, piensa y cuenta
los mil nombres exquisitos de la rosa,
su color, cada color, su agua, cada una.

Nadie a solas habla ni solo aspira
la concreta maravilla de no estar muertos
y de pulir el color afinado de la rosa
desde el silencio al atrevido verbo.

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