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12 de marzo de 2015

A voz en grito

a mi pueblo, dividido e indiviso

Hay voces con las lágrimas espesas y colmadas
de gritos encerrados, errantes por las venas;
su verdad, sin cautela, cancelas saltan, funden
las llaves de las verjas y burlan alambradas.

Son voces agarradas al pecho resistente,
y vientos con reproches que azuzan las gargantas;
de amor encabritado con clavos del vocablo
que rompe los cerrojos con médula de audacia.

Hay voces que se cuecen con sal de las medusas
y besos como avispas con leyes del aullido;
adagios de gaviotas, muy ágiles, muy largos,
que saltan las barreras y quiebran el susurro.

Son voces de altos ramos, de espinas que florecen
con hojas afiladas, desgarros en un grito;
gorriones insumisos que en brava gala rugen
con trinos de pañales o trenos de mortajas.

Hay voces empapadas que a gritos se rebelan,
ahogadas de abandono; empeño en ser abrazo,
en ser clavel sin trabas, no lengua enmudecida,
ni anclado al infortunio ni uncidos al destino.

Yo fui invitado a ser pañuelo, boca y grito
con ojos naufragados en campo de reptiles;
a ser voz de alma en vuelo por cielos salpicados
de aullidos formidables ante ojos de guardianes.

Nadie diga que allí hubo más bandera que el grito
tremolado en la rabia, compartida y aguda,
con su dardos de besos y el recelo en los ojos;
quemazón sin sordina, sin mordaza, con alas.

Nadie diga que el monte no lloró, que lloró;
que lloró el arenal y el salvaje cardillo,
el paisaje y el pozo, y el charol de una tregua
insegura en la brisa saturada de rabia.

Yo fui invitado a ser un barco en el atril
de un mar a boca llena, a un plante desgarrado
en clave de agria lengua, a un cielo a ras del suelo,
a un reto en altos gritos con pértigas rebeldes.

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