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12 de marzo de 2015

Atunara

La alborada desvela su misterio en la orilla,
la ecuación de las barcas con claveles descalzos,
de alhelíes que acechan las mudables mareas
tras hogueras de espera con café y aguardiente.

Se inspiran los barruntos, hostiles o propicios,
en halos de la luna sonámbula en la aurora;
florida en la almadraba la vida se desnuda
tan cerca del milagro de andar sobre la mar.

Claveles por la playa despiertan al albor
de coros ante el árbol cuajado de naranjas
que pinta el horizonte, y esperan con su luz
la plata en colibríes de azules aleteos.

Descalzos bajo el sol, avivan limpios himnos
de arterias que proclaman la sal de su existencia:
legítima heredad de cala y caladero,
la eterna ley del mar en flujo universal.

Las bocas de la sal repiten su abundancia;
las ascuas del espeto despiertan con los brazos
y enseñan al mar ritmos de enjambres animosos
en íntegra mesura y estoica dignidad.

Un cante, entre las voces de duras singladuras,
varado en la neblina con soplos de levante,
navega tras la rosa libérrima del viento
en íntima obediencia de verdes serpentinos.

La bravura se nutre con la flor litoral
y un destino mordido por dientes de rudeza
bajo una astrología de peces y corrucos
trabada a los esmeros de redes y palangres.

Y afina el aire cuerdas en virtud del valor
en la orilla fundado; y la hermosa ecuación
del coraje esencial, de alhelíes y claveles
en la brega del copo con la sangre en el cenit.

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