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12 de marzo de 2015

Juan Mesa Serrano

Vino, sentimiento, guitarra y poesía,
hacen los cantares de la patria mía...
Cantares...
Quien dice cantares, dice Andalucía.

Así comienza el poema del andaluz Manuel Machado, Cantares. Y así enlazo, con este poema que tanto quería Juan Mesa y era una de tantas reliquias que lucían en las paredes de La Cuadra. Aquél recinto sagrado, tan bien mantenido en la Peña Flamenca Linense, que fue su estudio, su fragua y su bodega. Porque allí meditaba sobre los quilates de los sonidos negros, allí, sobre el yunque de su guitara y el fuelle de su talento, fundía y bruñía los resortes mágicos de la muy alta musicalidad andaluza; allí conservaba y mantenía las profundas soleras del sueño y del desgarro, de la pena invencible y de la alegría triunfante.
Allí, Juan vivía La Línea con su arte, y desgranaba las uvas de una parra inefable, porque el arte de la guitarra no se puede decir, es un llanto y una risa para sentir; que sólo puede traducirse, como torpemente intento ahora, aunque no se trata de eso. Y Juan lo sabía, lo había aprendido desde que era un niño. Su arte era una soledad que se hace multitud en espacios verdaderos. La Cuadra, siempre abierta a sus amigos, entre las soleras de un arte que huele a vino limpio y esperanza luminosa. No es que le arrancara a la guitara la vida que ciega y alumbra, él le daba ese calor luminoso que todo lo ciega y todo lo calla.

Cantares...
A la sombra fresca de la vieja parra,
un mozo moreno rasguea la guitarra...
Algo que acaricia y algo que desgarra.

Sentimiento profundo de un linense cabal, ejemplar por su dedicación al arte inmortal de Andalucía y por su dilatada labor de docencia musical.
Juan Mesa fue un maestro respetado, querido por sus discípulos y por todos los artistas que le conocieron y reconocieron su magisterio. Dentro y fuera de La Línea, afirmó su prestigio y confirmó su amor por el arte flamenco, y por su pueblo. Cuando las grandes figuras del cante actuaban en nuestra ciudad, no dejaban de visitar a nuestro Juan Mesa. Eso lo saben todos, y muchas cosas más que sería prolijo enumerar en esta humilde sempblanza, pues de todos son conocidas sus grandes dotes de embajador y recepcionista. Durante una gira por Marruecos con un recital de Cante y Poesía, apareció un artículo en España de Tánger con un titular: “Andaluces de La Línea”. Y, Juan Mesa estaba más orgulloso con ese titular que con todos los éxitos y aplausos que cosechara… Andalucía, La Línea. Siempre viviendo La Línea, consciente de la vocación del andaluz, que no es otra que tutearse con el mundo entero desde el rincón de Andalucía que le vio nacer. Asimismo, en sus conciertos y actuaciones, por donde fuera, ponía bien alto el pabellón de nuestra ciudad. Su Pueblo, al que tanto quiso y que tanto le quiere a él. Yo le decía que era como la procesión del Corpus, que se va parando en todos los altares; porque, con él, no se podía ir de un tirón desde la Plaza de Fariñas hasta la calle Real; eran continuas las paradas para saludar a unos y a otros… Juan disfrutaba con su gente, y su gente siempre le consideró y le concedió la predilección que hoy se le otorga en este acto… Entre todos los méritos de Juan Mesa, yo considero uno que, aparte de su linensismo, le hace valedor del gran honor que hoy recibe: su dilatada dedicación a la enseñanza. Toda una vida dedicada a tantos niños y jóvenes linenses que acudían a él para recibir la maravilla de un legado cultural. Compartió con todo su hallazgo del tesoro del Alma Andaluza. Sembró y recogemos.

Hay que felicitar a los responsables de tan certera concesión, que a él le hubiese gustado vivir, sin duda. Pero, Juan Mesa ya era uno de los hijos predilectos de La Línea, antes de recibir hoy tan preciado y justo homenaje. No había más que verlo en su salsa, rodeado de la admiración, del respeto y del cariño de sus paisanos. Ahí va un linense de verdad, se decía de él. Y cómo vivía la emoción profunda de ser linense. Una emoción que trasmitía a quienes tuvimos la gran suerte de conocerlo. Pero Juan Mesa no era de esos linenses a ultranza, de aquéllos de nuevo cuño y dudosa devoción. Su amor por La Línea era crítico, como él lo era para su arte. Él le cantaba, por soleares, las verdades al mismísimo lucero del alba. Todos lo saben. Por eso, su amor por La Línea y por los linenses, tenía la dimensión mágica de la verdad. Juan Mesa era de verdad; artista, maestro, amigo de verdad… Linense de verdad. No es tarde para decírselo… Y continúa Manuel Machado en su Cantares, lo que él solía repetir:

No importa la vida, que ya está perdida.
Y, después de todo, ¿qué es eso, la vida?...

En su Cuadra eterna, Juan Mesa, hoy es un ángel feliz enseñándole arpegios y escalas a todos los luceros que se asoman tras los barriles y vitrinas a contemplar a un Pueblo agradecido y feliz por haber contado con un linense valioso y maestro notable del Arte andaluz por excelencia. Y en esta víspera del Día de Andalucía, brillarán con más fuerza los versos finales del poema que tanto amaba:

Cantares. Cantares de la patria mía...
Cantares son sólo los de Andalucía.

Cantares... hoy, rodeado de sus mejores discípulos es el linense feliz que vive en Plaza Fariñas veintitrés, en la Cuadra que aún existe y seguirá existiendo recreada por sus amigos y alumnos. Y con esa alegría nos dirá ahora, con su guitarra en el reflejo de sus discípulos y con las palabras de Manuel Machado: “No tiene más notas la guitarra mía”.

Gloria a un gran linense, Gloria a Juan Mesa.

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