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12 de marzo de 2015

El fragante esplendor

¡Alabad el árbol que desde la carroña
                sube jubiloso hacia el cielo!
                                   Bertold Brecht.

Quien con árboles habla, natural soliloquio
ante el tótem viviente, de sus formas escucha
la canción solidaria, la inquietud compartida,
el proyecto de bosques en ciudades soñadas.

Conversar con un árbol en encuentro precioso,
dialogar en susurros y encontrar la palabras
en las hojas escritas, es vital testimonio
con la tinta y la letra de universo admirable.

La esperanza de oírle hace hablar al que escucha
su arboleda interior; se sustenta en guirnaldas
de esa luz generosa que se iguala en los sueños
con un ritmo de pájaros por los mimbres del júbilo.

Se vislumbran los zumos, generosos y alegres,
circular por las venas en caprichos trenzadas;
sólo un caos de testuces en la calma se empina,
un rigor de serruchos y alboroto de hocicos.

La belleza no mira; pero exhibe en sus formas
el supremo esplendor de la mínima gota,
el fulgor manifiesto de la brizna que vuela,
el inquieto valor de lo humano en su jungla.

En su armónica hechura se resume la estética,
del origen legado, de torcaces y azores,
de la extraña vigilia de los búhos en la noche
entre seres que esperan en mitad del tumulto.

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