Invocar un refugio en la ciudad
es buscar en mitad del laberinto
el latido sereno y sus señales;
es soñar con perdidos bosques claros.
Es flotar entre tu íntimo ritual
y sentir como el mar lame tus luces;
reencontrarse en la esquina con la rosa
bajo un cielo arañado por espinas.
Es brindar con tu vida al infinito
sin portales ni abismos de escaleras;
resistir ante euforias de ascensores.
Entre torres volar con los delfines,
caminar sobre el mar, nadar por calles
entre pájaros, peces y viviendas.
Invocar un albergue por los parques,
en mitad de la plaza o en la playa,
es vivir con claveles ciudadanos.
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