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23 de agosto de 2010

El Rapsoda (uno, dos y tres.)

                                                         A Juan Añíbarro y a Carmen Luque
         uno, (El camerino)

Si volviera aquel rapsoda, heredero de los bardos,
con su estilo quizás pueda despertar de su letargo
al eterno romancero, al decir del viejo salmo
y a la chispa pregonera de la sangre en fogonazos
con claveles de su Pueblo en palabras como dardos,
campanario de asonancias en repique de rebatos
y clemencia justiciera que con truenos hace ramos,
oropeles por el aire con la copla de su daño.
Bajo el cenit de los focos vibrará de nuevo el canto
en liturgias de laureles, en ritual de idioma y Teatro
con telón e incendio cierto: Verdad honda en falsos lagos.

Meditando en la cheslón oirá un eco, añejo y sacro,
sublevando graves voces, sortilegios tras peñascos
en furtivos maridajes entre espectros y desgarros.
Bajo abstractos diapasones los sarmientos de sus manos
lograrán tomar un cetro a la lumbre de los rayos
de un espejo sin azogue, turbio y dócil como un charco,
temeroso bajo dudas y cautelas del ensayo.
La voz alza, memoriza, liga un gesto con un llanto,
la impostura de un silencio muy medido, bien pensado,
como quien recuerda amores y el Amor le sale al paso.
Para sí reclama inquieto el celeste y regio manto,
el de flecos y madroños, el de espigas con acantos
que a sus hombros demolidos le devuelva temple y garbo,
como cuando bebía el mosto de la copa del dios Baco.

Su nocturno genio vibra, bebe largos sorbos de agua,
a las horas pide treguas, pide vino a viejas parras
y a extinguidas candilejas entre el polvo de las tablas.
Se motiva con escotes y preludios de guitarras,
si recuenta los fracasos dramatiza una oda amarga.
Con destreza de juglar junta alondras amaestradas
y concede a un dios menor, en solemne y falsa calma,
que le calce los coturnos, que le abroche seda y plata
en un triste camerino, o tras lonas de una carpa,
que ya es un salón del trono donde su alma se agiganta
y el sereno verso aflora tras penumbras que se aclaran.

Bajo luces de memoria el carácter se le ensancha.
Ciñe pausas, mide codas, en su mímica trabaja;
verifica tesituras, timbre y claves apuntala;
un lucido fin ajusta y a sus lágrimas amansa
como a un río de sueños bravos y emociones en soflama.
En su pecho al fin encuentra un silencio que siempre habla
con fragor de recitales y pasiones de biznagas
en clisés que purifica donde duermen las romanzas,
con los mágicos melismas que le aguardan con la fama
entre glorias de cortinas y grandeza dionisiaca.


         dos, (El recital)

Sufrirá entre bastidores, ya su nombre no recuerda
y respira solitario. Sangre y vértebras recuentan
los segundos, como siglos arrancados a centellas
detenidas un instante, un volcán hecho pavesa,
todo el tiempo en una gota. Una chispa de indulgencia
a su asombro en celo pide, a su aplomo que se quiebra.
Soledad tan absoluta como un lecho de tinieblas
que ya es cauce de otras vidas, de otras voces que le alientan.
Ya en sus venas siente el flujo de otras sangres que le acechan,
que le colman la garganta con saliva de hojas secas.
Que le mira el cosmos siente, que las orbitas le esperan
cuando asume su destino y el monólogo comienza.

Como un divo en la impostura al proscenio heroico lleva
su genial dicción y acentos con sus máscaras a cuestas;
con sombrero, sonsonete y la capa en revolera
en compases que él entiende con los metros de su escuela,
desvelando los secretos de tragedias plañideras.
Del rampante firmamento frenesí prende, y cadencias
de selváticos aullidos virginales tras cometas,
tras furor ferino en fuegos de felina fauna inquieta
con las fauces como bocas de palabras entreabiertas
en dicciones de silvestres y carnales confidencias.
Que la Vida es fuego afirma y con ella prende hogueras,
que es desplante ante la muerte en la vida de la escena.

Preso histrión que ruge, llora, su verdad solloza y tiembla.
Ríe, titán encadenado a los troncos de su selva,
en arroyo de palabras y pasión por la defensa
del sencillo afán que triunfa, del humilde en soledad
de su limpio pensamiento, del humano ideal que espera
mariposas bailarinas, alas verdes, rojas yemas
y la erótica mirada de azabaches en la niebla
con la música del alba y un sigilo que se quema.
Desde pozos de la sangre las historias recupera,
a una altura habla, convoca sentimientos con leyendas
de alguaciles y rufianes, de cantaores y venteras,
de bandidos generosos, del dolor de gente buena.
En sus manos embalsama los delirios de quimeras
que se apagan lentamente y en su voz se hacen eternas,
que las prende en su garganta y no calla aunque se muera.

Sano y salvo entre conflictos y pasiones de tragedias
con pistolas y cuchillos, como un niño en las reyertas,
el huidizo rastro sigue de la trova callejera
y declama una denuncia, brama, clama épicas quejas
del embargo al desengaño; entre el lirio y la nascencia
al desnudo ángel ampara, que él es su héroe y es su estrella.
Paladín de mil entuertos, adalid de la inocencia
que pretende un mundo nuevo recitando los mil poemas
aprendidos en tertulias con las voces de la tierra.
Y un amor, siempre un amor por balcones y veredas
donde se abren los jacintos y los muslos de las hiedras
por esquinas de ciudades, por el limo de riberas,
por helados callejones de una abrupta noche negra
bajo un cielo de aceitunas cuando gritan las adelfas
y los gallos de claveles insumisos en sus crestas.

         y tres. (El mutis)

Cuando acaba el recital, formidable y exaltado,
callan grillos y chicharras. Bajo vivas y entre bravos
gira el porte, la cabeza magistral hacia el ocaso
donde frondas patriarcales cristalizan versos claros.
Ave errante que no pudo ni reinar ni alzar el lauro,
ni ceñir corona de oro ni su azul dar al parnaso,
de vendimia va con musas, escarbando por los campos
donde zumben abejorros, entre médulas de nardos
a la luz que ama y recrea con su instinto limpio y largo,
con sonoros aguijones de su astucia y sagaz tacto
que le ciñen la corona de un crepúsculo de pájaros,
juveniles y fecundos, en su reino de entusiasmo.


Vuelve al claustro de las fuentes, a los cómicos divinos;
con racimos en la lengua barruntado va sus ritmos
de elegía o festivo punto que en la vida sólo quiso
el respeto de su audiencia, ser amado por su oficio,
por su airoso y ágil verbo, por domar su pecho herido.
Como ciego cantor palpa las caléndulas del sino
cuando marcha a sus soleras, hacia otoños infinitos
a avivar llama en braseros de hojarasca, musgo y trinos,
a afirmarse en su doctrina de la estrofa en roble antiguo,
y en las ascuas remover sentimientos y suspiros
con badilas repujadas de refranes y acertijos.
Una gran verdad salmodia de insurrecto viento en himnos.


Extraviado por los bosques siderales que no han muerto,
en los brazos de la ninfa que conversa con luceros,
buscará unas banderillas y a los ángeles toreros;
buscará pausas, adornos; pulsará trágicos trenos
depurando hasta la muerte sus maneras y su acerbo.
Hurgará entre madreselvas el caudal de un poeta nuevo
que le alumbre el verde canon del coraje en vilo eterno
con las rosas rescatadas del idioma de su Pueblo.
Volverá a sonar la antífona cuando crujan los romeros
ofrecidos al poemario en altar de arcaico helecho.
Su decir dejará un rastro con jazmines de su invierno
tras vigilias ante el arte inmortal del dicho verso.

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